Adriana abrió los ojos sorprendida mientras permanecía congelada en su sitio, temiendo que la mujer de fuera escuchara los movimientos en su habitación. Afuera, Sonia golpeaba la puerta mientras llamaba a Dante:
—Dante, necesito hablar contigo...
En ese momento, el hombre al que buscaba abrazaba a Adriana por detrás, sus manos se introducían en su ropa y le acariciaban el pecho con suavidad. Ella se tapó la boca y no se atrevió a emitir ningún sonido.
»Dante... —Sonia seguía llamando a la puerta.
Sin embargo, Dante se limitó a ignorarla y descargó besos en los hombros y el cuello de Adriana. La electrizante sensación del roce de sus labios contra su piel hizo que el cuerpo de ella se tensara mientras su corazón latía como un loco. Pronto, Renata acudió a su rescate.
—Señorita Negrete, el Señor Licano está agotado, así que debe estar bañándose ahora. ¿Por qué no lo busca mañana?
Sin duda, Sonia era reacia a volver a su habitación sin tener una plática con Dante, pero no quería molestarlo.
—De acuerdo, buenas noches, Doctora Laporte.
—Buenas noches —dijo Renata.
Después de que tanto Renata como Sonia abandonaran el pasillo, las luces se apagaron. Adriana pudo por fin tomarse un respiro y regañó al hombre que le besaba el cuello.
—Para... Hmm...
Antes de que pudiera terminar la frase, Dante selló sus labios con los suyos. Esta vez, aprendió de sus errores pasados y no sujetó su cuerpo como antes. En lugar de eso, dejó que permaneciera acostada de lado y evitó tocar su cintura herida. Al principio, Adriana quiso apartarlo, pero él se acercó a ella y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

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