~ Tamia ~
Nunca olvidaré la noche en la que mi maravillosa vida se convirtió en un completo desastre. No puedo sacar de mi mente el momento en que todo cambió.
Mi esposo y yo fuimos a una fiesta a la que no quería asistir, pero Casper, un beta amigo de Leo, era el anfitrión y él estaba decidido a honrar su invitación a toda costa.
Debí haberle suplicado un poco más que nos quedáramos en casa, pero quería ser una esposa comprensiva, así que decidí seguirlo y ese fue mi peor error.
Leonardo Albert era mi esposo y el alfa de la Manada de la Montaña, lo que me hacía ser conocida como Tamia Albert, la Luna de la manada.
Leonardo me eligió para ser su Luna cuando tenía diecinueve años. En realidad, empezamos a salir cuando yo tenía diecisiete y él veintiuno, aunque no llegamos a la intimidad física, ya que, aún no tenía la edad para eso, nos enamoramos de todos modos y juramos permanecer juntos.
Muchas de las mujeres de la manada me odiaban porque él solo tenía ojos para mí y no es que yo fuese la más hermosa, de hecho, no era ni la mitad de bonita que las demás, pero él se enamoró a primera vista de mí.
Le encantaban mis ojos verdes, al punto de llamarme su reina esmeralda, lo cual aumentaba mi confianza, ni siquiera le gustaba que me vistiera de manera provocativa o que usara maquillaje, así que simplemente accedí a obedecerlo en eso.
En el momento en el que Leo se convirtió en el alfa de la manada me escogió como su Luna. Sus padres habían decidido dejar el puesto y viajar, como solían hacer todos los alfas una vez que cedían el rol a sus sucesores.
Por mi parte, ejercía el rol de Luna con orgullo y cumplía con todos mis deberes a cabalidad; era una guerrera entrenada, así que la manada siempre quedaba en buenas manos cuando Leo debía salir a cumplir sus misiones.
Después de cinco años felizmente casados, tenía veinticuatro años y Leo veintisiete. Lo amaba con todo mi corazón y él me amaba de forma recíproca, por lo que no tenía duda alguna de que nada ni nadie podría interponerse entre nosotros, o eso era lo que pensaba en ese momento, hasta aquella fiesta en la que mi vida se puso patas arriba.
Estábamos sentados en una mesa reservada solo para los dos, cuando Leo sé volteo y desgraciadamente la vio.
Tenía el cabello largo, lacio y oscuro, ojos azules, labios rojos y carnosos, una hermosa piel bronceada y un cuerpo de reloj de arena con proporciones perfectas en comparación al mío en forma de pera.
"Leo, Leo", lo llamé suavemente, pero no respondió. Sus ojos estaban fijos en ella, la hermosa mujer con el vestido de terciopelo azul.
Toqué suavemente su mano y él se tembló ligeramente como si estuviera en trance.
"¡Tamia!" Me respondió tratando de calmarse y le devolví una sonrisa.
"Amor, deberíamos irnos a casa, no me siento muy bien", mentí, tratando de sacarnos de esa situación, pero sus ojos ya estaban fijos en ella y ahora, la mujer lo estaba mirando. Parecían perdidos en las miradas del otro. Entonces, mi corazón comenzó a latir más fuerte. No quería creerlo, pero sabía lo que acababa de pasar: Mi esposo había encontrado a su pareja destinada y esa no era yo.
"Leo, vámonos a casa", dije con determinación, pero con un toque de miedo en mi voz. Un miedo que no podía disimular.
Justo entonces, Casper, su beta, se acercó a nosotros; era el anfitrión y mejor amigo de Leonardo.
"Alfa, ¿Tamia y tú están disfrutando la noche?", preguntó, yo tiré de la mano de Leo para que Casper no notara que estaba embelesado mirando a alguien más.
"Casper", dijo mirando a su amigo y asintiendo. "¿Quién es ella?" Preguntó, curioso.
Casper me miró, ya que, lo que Leo acababa de hacer era una falta de respeto hacia mí. Tragué saliva y miré hacia otro lado, no sabía qué decir. Él no había hecho nada aún, pero sabía que podría hacerlo pronto.
"Es la hija del Alfa Ramzey, de la Manada del Bosque Blanco. Acaba de regresar de estudiar en el extranjero. Su nombre es Amanda Richford", respondió Casper y Leo asintió, repitiendo su nombre.
El Beta se sintió incómodo y decidió excusarse, yo solo sonreí y lo dejé marcharse.
Permanecí en silencio sin saber que hacer, en efecto, no había nada que decir. Solo tenía que esperar para ver como actuaria mí esposo, dudaba que Leo tirara por la borda nuestros cinco años de matrimonio, además, nos habíamos elegido y declarado amor mutuamente. Destinados o no, éramos una pareja.
También sabía muy bien que, si me rechazaba a mí y a nuestro vínculo, debilitaría a su lobo, y no querría hacer eso, por lo tanto, no lo haría. También sabía que no la rechazaría por la misma razón; todos los alfas valoran su fuerza y temen situaciones que los debiliten.
Si fuera un miembro normal de la manada, yo habría tenido el poder y el derecho de rechazarlo y marcharme, pero era el alfa.
Bebí un poco de vino y traté de fingir que no me molestaba.
"Discúlpame Tamia", dijo levantándose y no me molesté en preguntarle a dónde se dirigía, sabía que iba a hablar con ella. La vi caminar hacia el balcón y él la siguió.
Tuve la idea de seguirlos para escuchar su conversación, pero las lágrimas corrían apresuradas por mi rostro; tenía demasiado miedo de saber de qué estaban hablando, así que me quedé en mi asiento y bebí un poco más de vino.
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