Resumo de Capítulo 345 – El Regreso de la Heredera Coronada por Internet
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Las personas no pueden simplemente pensar en aprovecharse de los demás sin estar dispuestas a asumir los riesgos que vienen con ello.
Y, más aún, el responsable del secuestro de ella fue Emilio.
Si somos sinceros, y según todos los rumores, Vicente y Emilio son enemigos acérrimos.
Ángeles lo pensó por un momento y decidió que debía advertirle a Vicente.
—Yo aquel día...
Ángeles estaba a punto de hablar, pero del otro lado de la línea se escuchó un ruido, y la misma suave voz femenina que había atendido su llamada anteriormente volvió a surgir, con un tono dulce y meloso.
Interrumpió las palabras que Ángeles aún no había pronunciado.
—¡Vicente, ya es hora de comer!
Belén empujó la puerta y, tras decir eso, pareció darse cuenta de que Vicente estaba al celular. De inmediato se cubrió la boca con las manos, mostrando una expresión de disculpa, y salió de la habitación con pasos ligeros y silenciosos.
Vicente lanzó una mirada fulminante hacia la puerta, y su rostro, tan apuesto como severo, no mostró más que una indiferencia.
Ángeles no sabía qué estaba pasando del otro lado, pero aquella interrupción le quitó las ganas de seguir hablando.
—Señor Vicente, usted está ocupado, y yo tengo que secarme el pelo. Cuelgo, ¿ok?
Ángeles cortó la llamada y encendió el secador de pelo.
Vicente se frotó las sienes y se levantó del sofá. Luego salió de la habitación con pasos firmes.
La habitación contigua también era una suite VIP del hospital. Lourdes estaba pálida acostada en la cama, se le notaba más delgada y llevada por el agotamiento y el cansancio.
Sus ojos, sin enfoque, miraban fijamente al techo, mientras sus manos acariciaban con cuidado su vientre. Solo al sentir las suaves curvas de su abdomen podía relajarse un poco.
Belén, tras colocar cuidadosamente los platos en la mesa, le habló con suavidad para consolarla: —Cuñada, no llores más. Por suerte, el bebé está bien. Ahora lo que tienes que hacer es relajarte y no pensar demasiado en lo ocurrido.
—¿Cómo no voy a pensar en ello?
—Está bien. Tú come tranquila mientras yo espero al señor Vicente.
Belén terminó de colocar los cubiertos y, al darse la vuelta, vio que Vicente entraba en la habitación. Sin embargo, su presencia irradiaba una energía intimidante: no solo era fría, sino que también contenía un aire de ira contenida.
—Señor Vicente...
Belén, un poco incómoda, se disculpó en voz baja: —Lo lamento, la verdad es que yo no quería molestarlo antes, tampoco fue mi intención interceptar la llamada esta tarde.
—Solo pensé que necesitaba descansar bien y por eso tomé la iniciativa...
Aunque su voz era baja, Lourdes, quien estaba en la cama, no era sorda y pudo escuchar todo claramente. De inmediato dirigió su mirada en dirección a la voz. —¿Qué llamada? ¿Qué ocurrió?
Belén respondió con torpeza: —Nada, cuñada. No es nada de lo que haya que preocuparse.
Pero Lourdes se enfadó al instante. Tiró la cuchara que sostenía de vuelta al cuenco, salpicando algunas gotas de sopa sobre la pequeña mesa, y gritó: —¿Cómo que no es nada? ¡Dímelo ya!
—Cuñada, no te pongas así. Ten cuidado con el bebé.
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