Resumo do capítulo Capítulo 480 de El Regreso de la Heredera Coronada
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Vicente no explicó nada, pero el significado detrás de sus palabras era claro y profundo.
Era aquella primera mirada desde lo alto de un edificio cuando la vio por primera vez, el instante en que, dentro del helicóptero, ella misma se sacó la bala sin soltar ni un solo quejido.
Era su cuerpo cubierto de sangre, arrastrándose con dificultad hasta aferrarse al bajo de su pantalón, alzando el rostro con una voz casi quebrada: —Señor Vicente, sálveme.
Era la imagen de ella en la plataforma de observación, expulsada de su propia casa, sin un refugio, con la marca de una bofetada en la cara, sonriendo con terquedad sin dejar caer una sola lágrima.
Era su mirada, su respiración, su todo.
A veces, el corazón se conmueve mucho antes de que la mente lo comprenda. En su momento, parece insignificante, casi desechable, hasta que un día te das cuenta de que ya ha crecido como un huracán, arrasando con todo.
Vicente no lo dijo, pero Ángeles sintió que lo había entendido.
Se cubrió los ojos con una mano y se dejó caer sobre la cama, permitiendo que esa dulce y desconocida sensación le revolviera el pecho: —¿Puedo revisar tus cosas?
—¿Eso hace falta preguntarlo? —Vicente respondió con impaciencia, como si quisiera darle un leve golpe en la cabeza.
Ángeles se rió.
Quería seguir hablando, pero la señal comenzó a fallar. Se escucharon algunas interferencias y, justo antes de que la comunicación se cortara por completo, alcanzó a oírlo decir: —Puede que la señal se interrumpa. Espérame.
Después de eso, la llamada se desconectó.
Ángeles miró el teléfono, un poco molesta consigo misma por haber hablado de tantas cosas sin importancia, y nuevamente olvidó recordarle que tuviera cuidado.
"Será la próxima vez", pensó.
Rodó sobre la cama y hundió el rostro en la almohada. La habitación estaba impecablemente limpia, tanto que ni siquiera quedaba rastro del aroma de Vicente. Ese aroma fresco y embriagador que le gustaba tanto.
Después de la llamada, no pudo conciliar el sueño.
Se levantó con decisión, tomó lápiz y papel y comenzó a escribir una lista de ingredientes medicinales.
Para desintoxicar a Lourdes se necesitaban hierbas raras, así que, ya que se quedaría unos días, bien podía pedirle a la familia Pérez que movilizara a su gente para conseguirlas. Así, cuando todo estuviera listo, ella solo tendría que centrarse en preparar la medicina.
—Mi prometido, Juan. El padre de mi bebé. Murió en el mar, su cuerpo nunca apareció. Y hasta el día de hoy... Ni siquiera sé cómo era su rostro.
—Era bueno conmigo, amable, paciente... Nos amábamos mucho. Íbamos a casarnos el año pasado, pero... Un mes antes de la boda, murió.
Mientras hablaba, Lourdes comenzó a llorar. Se secó las lágrimas con la manga y dejó escapar un suspiro largo: —Lo extraño tanto... Pero ni una sola vez he soñado con él.
Ángeles no dijo nada.
Porque las palabras de consuelo, en este tipo de dolor, son inútiles. El duelo es algo que solo puede procesar la persona que lo sufre, a su propio ritmo.
Ángeles no conocía lo suficiente a Lourdes como para opinar. Cuanto más se habla, más riesgo hay de decir algo inapropiado.
Afortunadamente, Lourdes no parecía necesitar consuelo, solo alguien que la escuchara en silencio.
Ángeles le pasó un pañuelo sin decir nada. Al levantar la mirada, notó que Belén estaba en el segundo piso, observándolas desde la ventana. Desde esa distancia y ángulo, podía haber escuchado la conversación.
Pero lo que más llamó su atención fue la expresión de Belén. Algo en las palabras de Lourdes le había molestado profundamente.
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