El sol se ponía despacio de camino hacia Tienda departamental Nivea y, mientras Kevin observaba el paisaje, un pensamiento surgió de repente en su cabeza.
—René, ¿por qué quieres sufrir en silencio cuando los Vinstor te maltratan tanto? Con tu habilidad, no hay ninguna razón para que soportes su acoso.
—Después de graduarme en la secundaria, me enfrenté a dos opciones: la universidad o el trabajo. —Recordó René mientras conducía—. Siendo la mayor, no podía ser egoísta. Así que decidí trabajar para que las niñas pudieran seguir estudiando. El día en que debíamos completar la solicitud de ingreso a la universidad, mi ahora padre adoptivo, Elio, vino a verme. Era un viejo amigo de mi profesor de clase y, tras conocer mi historia, me dijo que podía financiar mis gastos universitarios. En ese momento, fue como un ángel enviado del cielo para salvarme de la desesperanza.
A Kevin le dio una punzada en el pecho y miró a René.
—¿Sin condiciones?
—Ninguna. —Ella negó con la cabeza—. En aquel entonces, era como un filántropo. Después de escuchar que yo tenía un don en los negocios, dijo que no quería ver que un talento como ese fuera enterrado por problemas financieros.
—¿Así que quieres devolverle el favor? —señaló Kevin.
—Sí. Sea cual sea la razón por la que financió mis estudios al principio, tengo que admitir que, efectivamente, me cambió la vida —explicó René sin rodeos—. La amabilidad y el odio son dos asuntos diferentes. Juré servir a la familia Vinstor durante veinte años o devolverle cien millones. Pensé que solo así podría pagarle por haberme salvado.
—Son solo cien millones. Puedo dárselos sin más —murmuró Kevin mientras pasaba el dedo por la pantalla de su teléfono ociosamente.
—¿Perdón? ¿Qué...?
—¡René, detente!
Ella no oyó bien lo que había murmurado, pero justo cuando quiso preguntarle qué había dicho, él se enderezó en el asiento de golpe, pues había recibido un mensaje de Lázaro hacía un segundo.
«¡Un espía seulés fue visto en la zona!».
—¿Qué sucede?
Sobresaltada, René se apresuró a pisar el freno y se detuvo. Tan pronto como el auto estuvo a un lado de la carretera, Kevin salió y balbuceó:
—René, no puedo ir al hospital. Pasa a buscar al abuelo José por mí, por favor.
—¿Qué pasa, Kevin? ¿Qué sucedió?
—Un amigo necesita mi ayuda. —Dijo una excusa al azar, pero al ver que su hermana insistiría, añadió—: ¡Son cosas de hombres!
—De acuerdo, pero cuídate.
¿Qué otra cosa podía hacer sino asentir? No fue hasta que el BMW rojo se alejó que Kevin respondió el mensaje de Lázaro con una llamada.
—¿Cuál es la situación?
—Jefe, acabamos de recibir noticias de nuestro informante de que han descubierto a un seulés muy sospechoso. Es muy probable que sea un espía.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El regreso del Dios de la Guerra