«¿Qué?». Rosalinda quedó tan perpleja que su voz se volvió aguda.
—Señor, le recuerdo que el precio total de estos nueve anillos asciende a cincuenta millones.
—Cincuenta millones; entendido. Envuélvalos entonces.
—¿Envolver-envolverlos? —Rosalinda no lo podía creer—. Señor, trabajamos estrechamente con la policía aquí. Si solo están causando problemas, los llamaré. — Con eso se dirigió a la puerta y llamó—: ¡Señorita Suárez, tenemos a alguien comprando nueve de nuestros mejores anillos de una sola vez! ¿Puede venir a ocuparse de esto, por favor?
«¿Qué?». Todo el taller de joyería se agitó al oír las palabras de Rosalinda y al instante, todos los clientes y el personal se reunieron alrededor, con ansias de ver por sí mismos quién en podía permitirse un gasto tan grande. Sin embargo, al ver a Kevin y su atuendo común, todos comenzaron a burlarse:
—Pfff, creí que de verdad había un déspota local gastando mucho dinero. Quién iba a pensar que es solo un apestoso plebeyo.
—Pretencioso d*sgraciado. ¡Apuesto a que ni siquiera puede permitirse uno!
—Seguro solo está presumiendo delante de las damas. Se quedará boquiabierto cuando llegue la factura.
Cecilia se puso cada vez más seria ante las burlas de la multitud, como hija de la acaudalada familia López, nunca había estado en una situación tan humillante.
—René, ¿qué le pasa a tu hermano? Está haciendo el ridículo.
Estaba hecha un manojo de nervios al enfrentarse a un público que la juzgaba; si René no fuera su amiga, hacía tiempo que habría salido por la puerta.
René, por su parte, se sonrojó de la humillación y le reprochó:
—Kevin, ¿qué demonios intentas hacer? Este no es un lugar para que te metas en líos.
—Pero no lo estoy haciendo, solo quiero hacerte un regalo. Relájate, tengo el dinero.
—Tú... —René estaba tan furiosa que se quedó sin palabras; como si fuera a creer los que Kevin decía después de haber visto su auto destartalado.
Justo entonces, una mujer con un vestido elegante se acercó. Tenía una belleza clásica y tanto su sonrisa, como su ceño fruncido, destilaba una elegancia infinita. La mujer no era otra que la gerenta del Taller de Joyería Galván, Camila Suárez.
—¿Qué pasa, Rosalinda?
La diseñadora señaló a Kevin y se burló:
—Señorita Suárez, este perdedor está causando problemas. Dice que quiere comprar estos nueve anillos.
Camila quedó perpleja, pues solo un puñado en toda Ciudad Clesa podía permitirse hacer semejante compra y todos eran muy poderosos; aquel hombre, en cambio, era demasiado joven. Tras un momento de vacilación, Camila se dirigió a Kevin con mucha educación:
—Señor, si está seguro, sígame a mi oficina para hacer la transacción.
Estaba claro que la suma era demasiado grande para hacer una transacción apresurada y más delante de tantos pares de ojos.
—¡Señorita Suárez! —exclamó Rosalinda—. No creerá que puede permitirse estos anillos, ¿verdad? No es más que un fanfarrón pretencioso.
A eso, Camila le lanzó una mirada fría, advirtiéndole:
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