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Andrés, con semblante serio, respondió: —Esta vez traje de regreso desde el extranjero a dos grupos de mercenarios. Han recibido un entrenamiento incluso más riguroso que el de los del cuartel militar de Daniel. Con ellos protegiéndote a ti y a tu familia, la gente de Daniel no tendrá ninguna oportunidad de hacerles daño.
Luisa se quedó perpleja.—¿¿Mercenarios??
—Sí —Andrés apretó ligeramente los labios, y en su mirada apareció un destello de culpa—. Fue un error mío no haber protegido bien a ti y a tu familia. Luisita, te lo prometo: algo así no volverá a pasar. Yo te voy a cuidar desde ahora.
Luisa bajó la mirada, con sentimientos encontrados.
Quiso soltar algún comentario sarcástico, pero en ese instante recordó cómo Andrés, para salvarla aquel día, fue a ver a Daniel arriesgando su propia vida. Las palabras de burla llegaron hasta sus labios, pero no pudo articularlas. En su lugar, apenas curvó los labios.
Al verla callada, Andrés pensó que ella no le creía. Se le cerró la garganta, y una sensación amarga le invadió el pecho.
...
Muy pronto llegaron a la base de Andrés.
Violeta había sido llevada allí por Ezequiel, uno de los hombres de mayor confianza de Andrés.
Ezequiel era el comandante en jefe de la base americana de Andrés. Un oficial de su nivel rara vez participaba personalmente en las misiones; normalmente delegaba las tareas a sus subordinados. Solo misiones de máxima importancia y confidencialidad lo hacían moverse por cuenta propia.
En más de diez años trabajando para Andrés, jamás había hecho algo como rescatar a una niña pequeña.
Cuando recibió la orden, se quedó desconcertado.
Volvió a preguntar, inseguro, y al recibir la confirmación de Andrés, todavía le costaba asimilarlo.
Daniel era una figura poderosa y dominante en Solévia. Pero como allí no se prohibía el uso de armas, su gente no tenía restricciones, así que rescatar a alguien no parecía una tarea difícil.
Bastaba con enviar a un subordinado de confianza como líder y acompañarlo con algunos mercenarios: la operación estaría asegurada. No había razón alguna para que un comandante como él se involucrara.
Sin embargo, aunque tenía dudas, Ezequiel siempre obedecía las órdenes de Andrés sin cuestionarlas. Si Andrés había dado esa instrucción, él solo debía acatarla.
A pesar de que los hombres de Daniel no eran tan fuertes como los de la base americana, tampoco podían subestimarse.
De los hombres que llevó Ezequiel, cinco resultaron heridos, y tres de ellos de gravedad. Por suerte, salieron con un equipo médico de élite, y los heridos recibieron atención profesional en el helicóptero. Todos lograron llegar vivos.
El vuelo en helicóptero desde Piedraplata, Solévia, hasta la base en Puerto Bella, São Vitoriano, tomó cerca de siete horas.
Cuando rescataron a Violeta, ella estaba inconsciente.
Los médicos que la acompañaban le hicieron un chequeo básico, y por fortuna, solo había perdido el conocimiento por un estado famélico.
Le administraron una inyección de glucosa y, poco después del despegue, despertó.
La niña estaba aterrada.
Encogida en su asiento, temblaba con los brazos rodeando sus rodillas. Su rostro se encontraba pálido como un papel, y en sus ojos grandes como los de un ciervo brillaba el miedo.
Uno de los jóvenes que acompañaba a Ezequiel, un muchacho con una apariencia fuerte y atractiva, observó a Violeta con curiosidad y le preguntó: —Jefe, ¿quién es esta niña para que usted haya tenido que implicarse personalmente?
Ezequiel negó con la cabeza.—No lo sé. El señor Andrés no lo explicó.
El joven se llamaba Próspero, uno de los mercenarios involucrados en el rescate de Violeta.
Aunque solo tenía diecisiete años, llevaba nueve entrenándose profesionalmente. Jamás había fallado en una misión, y sus habilidades superaban incluso a las de muchos veteranos. Era uno de los tres mejores hombres bajo el mando de Ezequiel.
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