Apenas había pasado un año desde su boda, cuando Leandro Jasso, ese hombre que la había cortejado durante seis años con una pasión incansable y la había amado como si fuera su vida entera, terminó teniendo una aventura con otra mujer.
...
Ballet de los Andes, puerta trasera del salón de danza.
Almendra Salgado escuchaba en silencio los sonidos húmedos y entrecortados de una chica que venían del interior. Sus dedos se clavaban con fuerza en la palma de su mano, conteniendo todo el dolor.
Adentro, su esposo Leandro se encontraba con su alumna Leticia Ortiz, y ambos se entregaban al deseo sin pudor.
[Maestra Almendra, ¿quiere saber cuán loco puede ser ese señor Leandro, tan reservado y serio, cuando nadie lo ve? Pase al salón 3.]
Ese mensaje le había llegado hacía apenas unos minutos.
Aún ahora, Almendra luchaba por no creerlo.
Leandro, quien durante siete años le había demostrado una entrega absoluta, ¿cómo podía engañarla así?
Dio un paso al frente y tocó la puerta del salón.
Los ruidos dentro se callaron de golpe, y hasta su propia respiración se detuvo.
No tardaron en abrir la puerta. Un aroma intenso a perfume de durazno la envolvió.
Leticia salió del salón, con una falda vaporosa color rosa pálido que dejaba ver sus largas piernas, desnudas, sin las medias de ballet habituales.
Las mejillas de la chica estaban sonrojadas, los labios hinchados y los ojos desbordaban una coquetería perezosa que contrastaba con una sonrisita inocente.
—¡Maestra Almendra!
Leticia había sido la promesa del ballet desde que Almendra la descubrió tres años atrás, su protegida, la futura sucesora según todos en la compañía. Por parecerse a ella, el grupo le llamaba de cariño “Almenita”.
Sus dedos, pintados de rojo intenso, descansaban despreocupadamente en el marco de la puerta. En su muñeca, una pulsera de jade verde brillaba con fuerza.
Almendra la reconoció de inmediato: era una pieza de jade imperial, idéntica a la que Leandro había comprado para ella en una subasta durante su último viaje de trabajo a Fortaleza del Sol.
El aire tibio del sistema de calefacción apenas lograba mitigar el frío que la invadía por dentro.
Haciendo un esfuerzo por sonar tranquila, Almendra preguntó:
—Escuché que pediste permiso para faltar al entrenamiento intensivo, vine a ver cómo estabas. ¿Estás entrenando sola?
Intentó entrar al salón, pero Leticia se interpuso enseguida, el rubor en su rostro tornándose más marcado.
—Maestra Almendra, mi novio vino a visitarme y, bueno... ahora no se puede entrar.
Almendra sabía que Leticia tenía un novio misterioso, aunque nunca lo había visto.
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