CLARIS:
Las náuseas me asaltaron de nuevo mientras organizaba los documentos en mi escritorio. Era la tercera vez en la mañana y ya no podía disimular. Corrí hacia el baño, sintiendo la penetrante mirada de mi jefe siguiendo cada uno de mis movimientos. Al pasar junto a él, pude ver cómo arrugaba su nariz con ese gesto de disgusto que tanto lo caracterizaba.
Después de tres meses trabajando en este pueblo perdido, conocía bien esa expresión. El señor Kieran Thorne, un hombre huraño de rutinas y cualquier alteración lo perturbaba visiblemente.
—Necesito salir temprano hoy —anuncié cuando regresé, limpiándome discretamente el sudor de mi frente—. Tengo una cita médica.
Él apenas levantó la vista de sus papeles, pero pude notar cómo sus hombros se tensaban. Después de un silencio que pareció eterno, asintió secamente.
Caminé presurosa mirando mi reloj con miedo de demorarme demasiado. Mientras esperaba, suspiré pensando en que no era tiempo para enfermarme ahora. Mi madre y mi pobre hermana enferma dependían de mí, como quien dice, acabamos de llegar a ese lugar. No teníamos a nadie que nos tendiera una mano.
—Señorita Claris —la voz del doctor me sacó de mis cavilaciones—, tengo sus resultados.
—¿Y bien? ¿Qué tipo de virus tengo? —pregunté con un suspiro.
—No es un virus —hizo una pausa, ajustándose las gafas—. Está usted embarazada. De aproximadamente seis semanas.
Una carcajada histérica y nerviosa brotó de mi garganta antes de poder contenerla. El sonido rebotó en las paredes del consultorio, haciendo que la enfermera asomara la cabeza con curiosidad.
—¿Embarazada? —logré articular entre risas nerviosas—. Doctor, debe haber un error. ¿Me está diciendo que esto es como un nacimiento virginal? Porque le aseguro que no he estado con ningún hombre en más de cinco meses. Y hasta donde sé, no soy la Virgen María.
El doctor me miró con una mezcla de compasión y algo más... Mientras seguía diciendo que los resultados de los análisis eran concluyentes.
— Y debo decirle que... —se detuvo, como si dudara en continuar. —No hay ningún error en los resultados. Va a ser madre y cuanto antes lo asuma será mejor para usted y el bebé.
Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Qué demonios quería decir con eso? Las náuseas volvieron, pero esta vez no tenían nada que ver con el embarazo. Yo no había tenido relación con nadie, el único que había revisado ahí abajo había sido él mismo. Corrí al baño sin poder aguantar más, no podía ser, tenía que ser un error.
Al regresar el doctor abrió la boca para responder, pero el estridente sonido de mi teléfono nos interrumpió. Era un mensaje de mi jefe:
—La espero en mi oficina cuando termine su consulta. Sin excusas. —Miré la hora eran pasadas las seis de la tarde. La oficina debería estar cerrada hace media hora. ¿Qué podría ser tan urgente?
Sin escuchar al doctor debido a que no creía en nada de lo que me decía, me levanté presurosa. Esto no podía estarme sucediendo a mí, era imposible. Debía existir un error, de seguro era un problema hormonal por los cambios. En lo que me dirigía a mi oficina, los recuerdos me asaltaron de golpe de la tarde en que había tomado la decisión de venir a este lugar:
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