Scarlett
Debido a mi condición especial, la policía no me arrestó, pero me mantuvieron bajo estricta vigilancia con dos oficiales custodiando mi habitación de hospital.
A Ava no le hacía ninguna gracia, quería que me acusaran de intento de homicidio. En realidad, creo que deseaba verme en la silla eléctrica al día siguiente.
¿Para ser sincera? Desearía que me acusaran de homicidio consumado. Ya no estaba viviendo, solo sobreviviendo por una venganza que me veía sin esperanza de conseguir. No estaba intentando matarla cuando perdí el control y la herí con el cuchillo de frutas. Si no me hubiera provocado hasta el punto de perder la cordura, no habría fallado, quería verla muerta.
En ese sentido, DEBERÍAN encerrarme.
—¿Scar...? ¿Scar...?
Me tomó un momento darme cuenta de que Sebastián me estaba hablando.
Había venido a visitarme todos los días desde que apuñalé a su querida Ava. Era sorprendente, no tuvo tiempo para mí después de que casi muriera con nuestro hijo, pero ahora estaba libre para derramar lágrimas de cocodrilo.
Me giré para mirarlo, en silencio.
Creo que por simple cortesía, debería responder. Pero no tenía energía y menos para él. No podía ordenarle a mis músculos que pronunciaran un simple "hola".
¿Por qué no podía simplemente dejar de fingir, como si algo sobre mí importara?
—Por favor, Scar, come otro bocado de huevo, por favor —acercó el tenedor a mis labios.
Me aparté con el ceño fruncido, el olor grasoso me repelía, o tal vez, él lo hacía.
Dejó el plato suavemente sobre la mesita frente a mí, apreté los dedos, esperando que finalmente se quitara esa máscara de falsa amabilidad.
—Quieres ver a Ava en la cárcel, ¿no? —intentó negociar.
Resoplé. Obviamente no le diría si quisiera eso, porque él se aseguraría de que no sucediera. Aunque tampoco es que fuese a suceder sin su interferencia.
—Scar, no verás ese día si ni siquiera comes —suspiró.
—Como si te importara... —solo después de escucharme, me di cuenta de que lo dije en voz alta.
Su mano se detuvo a medio camino mientras acercaba el plato hacia mí. Ver su dolor envió una placentera sensación de venganza a través de mi pecho vacío. Claro que le importaba; él era el caballero blanco, el hombre que se exigía hacer todo con rectitud. Podía lastimarme, pero lo hizo por el equilibrio del universo. Si pudo asesinar a nuestro bebé, seguramente también tuvo una buena razón para eso. Sus principios lo obligaban a preocuparse por su esposa que casi muere a manos de su novia.
Ah, cierto. Ex-esposa.
—Deja de actuar con tanta rectitud, ya estamos divorciados —aparté la mirada. Aburrida, otra vez.
—Scar, creo en lo que dijiste y estoy tratando de confirmarlo...
—¡Si realmente me creyeras, no necesitarías confirmarlo! —espeté. ¿No se lo había dicho ya? ¡Debió haber sabido de lo que Ava era capaz cuando me tendió aquella trampa con la invitación a la fiesta de la Abuela!


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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Ella Aceptó el Divorcio, Él entró en Pánico