Carlos era su amigo de la infancia, el típico hombre que nació en una familia adinerada.
—¿Por fin te decidiste? —preguntó Carlos con timidez mientras contemplaba a Sonia.
—Nunca estuve tan segura. —La mujer mantuvo una sonrisa en sus labios desde que salió de la casa.
Ella ya era una mujer atractiva y hermosa, y esa sonrisa pareció despejar la bruma que se había cernido sobre su rostro desde hacía muchos años. Debido a eso, su rostro se iluminó en un instante.
—Pensé que no despertarías nunca —suspiró Carlos—. En verdad me preocupé mucho por ti en los últimos seis años. De todos modos, ¿qué es lo que te gustaba de esa basura?
—Es cierto, ¿no? —asintió Sonia—. ¿Por qué fui tan tonta?
—Por fortuna, ahora abriste los ojos. Otros seis años con él y serías anciana y arrugada —continuó Carlos mientras bromeaba—. Ya lo pensé: si te echaban cuando fueras mayor, me habría casado contigo a regañadientes y seríamos compañeros. Digo, al fin y al cabo, nos criamos juntos —agregó.
—Cierra la boca. —Sonia puso los ojos en blanco.
—Por cierto, este es el acuerdo de divorcio que me pediste que preparara. Échale un vistazo.
Tras recibir la pila de documentos, Sonia los hojeó con despreocupación.
—No voy a quitarle nada a Tobías. Nunca le debí nada en el pasado, y no quiero terminar debiéndole algo en el futuro.
Al terminar de hablar, firmó con su nombre sin dudarlo.
—Muy bien —dijo Carlos sin evitar sonreír al ver que ella estaba tan feliz—. Sin dudarlo, ¿eh?
—Vamos al hospital público. —Sonia guardó el bolígrafo y arqueó un poco las cejas.
—De acuerdo, mi señora.
El último piso del hospital era exclusivo para pacientes vip. Después de encontrar la habitación mil doscientos tres, Sonia llamó a la puerta antes de presionar el picaporte y empujar la puerta para abrirla.
En la cama de hospital, una bella mujer pareció sobresaltarse al verla; horrorizada, se escondió bajo el edredón con lágrimas en los ojos; parecía estar aterrada por su presencia.
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