—Usted es…
—Maestro Cheng, estamos aquí para aprender de usted cómo hacer la seda de té —explicó Bai Yinning.
El anciano recorrió la mirada por el grupo que estaba de pie en su patio. Entrecerró sus arrugados ojos por un segundo antes de darse la vuelta y entrar en la casa.
—Síganme.
Como la sala de estar era bastante pequeña, los guardaespaldas tuvieron que quedarse afuera y, aun así, no había espacio suficiente para todos. Los muebles de la casa también eran muy simples, había ocho taburetes, un par de pinturas colgadas en la pared, así como un montón de canastas de bambú que estaban en el piso y que parecían estar fuera de lugar. Había una mesa de té en medio de la habitación y el hombre se sentó cerca de esta.
—Entonces, ¿quién de ustedes es el que quiere aprender…? —preguntó mientras encendía un cigarrillo.
Lin Xinyan, quien sostenía la mano de Lin Xichen, dio un paso adelante.
—Me gustaría que me enseñe a hacer la seda de té, si está dispuesto a enseñarme. También me gustaría invitarlo a que me ayude en mi tienda, usted puede decidir su salario.
Antes de expulsar una gran nube de humo, el anciano tomó una profunda inhalación. Más que el olor que emitían los cigarrillos comerciales, el olor que había la habitación era curioso, pues se impregnaba por todos lados y tenía un ligero parecido al aroma de un tipo de hierba. Zong Jinghao frunció el ceño; de no ser por Lin Xinyan, él nunca habría pensado en ir a ese lugar.
El anciano estudió a esta última de pies a cabeza y al final, posó su mirada en el brazalete de jade que tenía en la muñeca. Luego, desvió los ojos hacia Bai Yinning, quien asintió con la cabeza a manera de confirmación; después, retiró la mirada de nuevo y dijo:
—Puedo enseñarte, pero no me iré de aquí.
La interacción entre aquellos dos parecía enigmática, pero Zong Jinghao pudo verlo todo con claridad, aunque fingía que no le importaba. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba, quería ver porqué Bai Yinning había engañado a Lin Xinyan para que fuera a ese lugar. Su rostro permaneció estoico, como si no estuviera destinado a participar en esa situación en lo absoluto.
—Claro —dijo Lin Xinyan.
—Serán tiempos difíciles, ¿estás dispuesta a eso? —preguntó el hombre.
—Señorita Lin, ¿qué tal si yo lo aprendo? —preguntó Qin Ya—. Usted tiene que cuidar de sus dos hijos y de la tienda, así que, ¿qué tal si me deja esto a mí? —De pronto, se dio cuenta de lo sospechoso que sonaba eso y se apresuró a explicar—: No me aprovecharé de este conocimiento…
—Lo sé. —Lin Xinyan confiaba en ella por completo.
No obstante, el anciano ignoró por completo a Qin Ya.
—Le enseñaré a ella y solo a ella —dijo él.
La habitación entera se sumió en un silencio después de esas palabras.
—¿Solo aceptará a un estudiante? —preguntó Su Zhan.
«No es como en los tiempos antiguos en los que un maestro de artes marciales solo podía acoger a un estudiante en toda su vida; además, ese anciano solo es un simple sastre, incluso eligió a Lin Xinyan de manera personal. ¿Acaso cree que ella tiene alguna clase de talento?»
El anciano estaba tranquilo, también ignoró por completo a Su Zhan y, en su lugar, enfocó su vista en Lin Xinyan.
—Si quieres que te enseñe el arte de tejer la seda de té, tienes que convertirme en tu maestro.
Lin Xinyan, estaba más que feliz de hacerlo, pero le costó trabajo entender por qué la había escogido solo a ella. Eso la había sorprendido y, como se sentía incómoda al respecto, no accedió de inmediato.
—¿Qué es lo que ven mi esposa? ¿Por qué la escogió a ella? —Una voz baja retumbó desde el fondo de la sala.
Zong Jinghao estaba mirando a su hija y jugaba con ella, pero no levantó la vista, como si nada en el mundo mereciera la pena que él le prestara atención a otra cosa más que a ella. La luz del sol brillaba a través de las ventanas y los rayos iluminaban las partículas de polvo que flotaban en el aire. El anciano lo miró, entrecerró un poco los ojos mientras estudiaba el rostro bien cincelado que estaba frente a él y su mano, que estaba aferrada al cigarrillo, tembló un poco.
—Ella tiene el talento para eso —dijo con un tono calmado.
—¿De verdad? —preguntó Zong Jinghao y por fin, levantó la vista para encontrarse con la mirada del anciano.
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