Después de pasar la mañana en la oficina junto a Jarvis, quién le estaba resultando ser una enorme ayuda para sus negocios, era sorprendente lo mucho que sabía del negocio sucio, y de sus buenas estrategias, debido a su servicio militar. Pasaba medio día cuando Jarvis dijo;
—Si no me necesitas más por ahora, me gustaría salir a dar una vuelta, debo ir a recoger el resto de los documentos de mi nueva identidad. Haré algunas compras para mí viaje.
—¿Cuando te irás?— quiso saber el ruso.
—Mañana por la noche. — confesó.
—Eso es pronto— dijo Mikhail.
—Debo ir pronto, poner el plan rn marcha, realizar todo lo necesario para poder volver pronto. No quiero separarme mucho tiempo de Olivia.
—Lo entiendo. Lo entiendo perfectamente — asintió — ¿Estás seguro de que puedes confiar en ese hombre?
—No estoy completamente seguro, es por eso que debo ser cuidadoso con mis pasos, debo medir su nivel de lealtad para con Bellancinni.
—Jarvis. . . Esteban Bellancinni, es un hombre peligroso— dijo como queriendo recordarle.
—Lo sé, perfectamente.
—¿Y sabes el nivel de peligro que conlleva ésto?— le dijo preocupado.
—Lo sé, es enorme. . .un riesgo enorme, puedo perder la vida.
—Olivia no lo superaría — le advirtió.
—El riesgo es merecido y vale la pena si obtengo los resultados deseados. Lo que más me importa en el mundo es la.tranquilidad de mi mujer, por ella estoy dispuesto a todo. Y cuando digo todo, no me estoy reservando nada, si mi vida es el precio de su tranquilidad, gustoso estaré de entregarme— Mikhail lo miró comprendiendo el peso de sus palabras, era el mismo nivel de compromiso emocional que sentía hacía Violeta.
—Todo estará bien— dijo el ruso.
—Es lo que espero, pero si no— lo miró intensamente— debes mantener tu promesa, debes cuidar de ella Mikahil, debes protegerla.
—Y lo haré, soy un hombre palabra, y te he dado mi palabra de cuidar de Olivia, en caso de que tú faltes. Así que puedes estar tranquilo.
—Gracias— le dijo sinceramente— ahora iré a atender mis asuntos.
—¿Volverás aquí?— quiso saber.
—No, en cuanto termine, me iré directamente a la mansión.
—Bien, entonces nos vemos allá.
—Así es— dijo así riendo, antes de marcharse.
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Aquel hombre disfrutaba de un delicioso Vodka, imaginándose lo bien que pasaría los días que estaban por acercarse, comenzaba a saborear el dulce sabor que otorgaba el placer de salirse con la suya.
Volkov, ni siquiera vería venir aquel duro golpe que estaba por darle, y eso era lo mejor de todo, sería una bofetada a su ego y su arrogancia.
—¿Señor?. . .
—¿Si?— se giró hacia su hombre.
—Todo está listo, la habitación es exactamente como usted la quería, le realizamos los cambios que usted pidió y creo que ahora sí podra complacerlo.
—Bien— sonrió — vamos a verla— caminó por su hermosa casa, seguramente diminuta ante la mansión de Volkov, pero muy cómoda para él. Comenzó a bajar las escaleras hacia el sótano, seguido de su hombre, atravesó el largo pasillo, hasta llegar la la puerta que tenía aquel sofisticado sistema de ingreso.
—Puede escanear su rostro, o sencillamente colocar su dedo, índice o pulgar, de esa manera obtendrá en acceso, señor.
—Perfecto— Él colocó su dedo pulgar y de inmediatamente se leyó en la pantalla "ACCESO CONCEDIDO", él sonrió cuando la puerta se abrió — es. . . perfecta— la habitación tenía una ámplia cama en el centro, más allá un sofá, al otro lado una estructura que parecía un cuadro, con cadenas en cada esquina, sonrió malicioso, podría atarla a su gusto, en la mesa, algunos juguetes sexuales, un látigo, aceites, lubricantes— ¿Hicieron los ajustes en el baño?
—Si, señor, podrá atarla a la bañera, o a la regadera para que pueda ducharse, además junto al inodoro, hay también una instalación para atarla, las cadenas son suficientemente largas.
—Perfecto.
—Allá— señaló un rincón — se hizo la instalación d ella pequeña nevera, debo decirle que los ajustes de la cama también se hicieron, podrá ajustar el largo de la cadena a su gusto. Las ataduras poseen espuma especial, así que no la lastimará. Y esa del medio — señaló — es para atar su cuello y darle poca movilidad.
—Me encanta — sonrió — estoy seguro de que querrá dar batalla. ¿Estás seguro de que tengo suficiente droga asiática?
—Si, señor. Completamente seguro.
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