Esposa Pecadora romance Capítulo 589

Madeline se puso de rodillas y recogió los objetos que habían caído al suelo. Era mucho más rápida que Felipe.

"¿Por qué llevas esto contigo?". Madeline frunció el ceño, mientras sus ojos brillaban de curiosidad y asombro.

Felipe cogió con calma la concha de colores de Madeline y la sostuvo, entre sus manos: "Hace más de diez años, en la playa de Colina Abril, hubo una niña que me regaló personalmente esta concha de colores. Incluso dijo que esperaba que yo fuera siempre feliz y deseaba estar conmigo, para siempre", dijo Felipe, mientras miraba a Madeline a los ojos, mostrando su par de orbes que desprendían una sensación de soledad y tristeza.

"Sin embargo, después de más de diez años, esa chica llegó a enamorarse de otro hombre".

"¿De qué estás hablando?". Los ojos de Madeline se abrieron, de par en par, tras escuchar el comentario de Felipe.

Miró el apuesto rostro de Felipe, ante ella, asombrada. En su mente se agolpaban los recuerdos de Meredith, ladrándole en la cárcel.

"Imposible, eso es imposible", siguió negando Madeline, con todas sus fuerzas, obligándose a no recordar las declaraciones de Meredith. No se dejaba influenciar.

Felipe dejó el paraguas a un lado y se dirigió hacia Madeline, que estaba murmurando. "Madeline".

"No te acerques a mí". Madeline le prohibió acercarse más a ella. Sus ojos se volvieron repentinamente afilados.

"En efecto, he perdido la memoria, pero respecto a aquel incidente de entonces, lo recuerdo con toda claridad. Tú no eres ese hombre. ¡Es Jeremy!".

Felipe bajó la mirada, ante la sospecha de Madeline, pero no discutió. Dejó escapar una sonrisa amarga y comenzó a explicar con paciencia.

"Hace dieciocho años, Jeremy y yo seguimos al viejo Maestro Whitman a la playa de Colina Abril. Para ellos, fue sin duda un feliz viaje de vacaciones, pero para mí, fue como si el mundo entero se hubiera vuelto negro, ante mí”.

"Mis padres perdieron la vida, en un accidente de coche bien planeado. En tan solo un día, me convertí en huérfano”.

"Ese día, me senté en la playa mirando el vasto océano. Pensé en saltar al océano, pensando en poner fin a mi espantosa vida. Pensaba ir a reunirme con mis padres, al otro lado del mundo, pero, en ese momento, una niña se acercó a mí y me regaló esta concha de colores. Incluso me dijo: ‘Oye, espero que siempre seas feliz’".

"Su sonrisa era terapéutica y sentí que todo mi mundo se iluminaba. Sentí que todavía había algo a lo que podía aferrarme, en este mundo”.