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Ex-esposa en coma: Abandonada a mi suerte romance Capítulo 4

La mujer, que se reunió con el abogado una semana después, era una mujer completamente distinta a la que se había despertado aquella mañana con la esperanza de ver a su marido junto a su cama. Simplemente, ya no quedaban rastros de aquella Regina, de la que había suplicado entre lágrimas para que todo fuera una mentira, mucho menos parecían existir vestigios de humanidad en esta nueva versión de sí misma.

Era otra.

Distinta.

Mucho más fría.

—Me han robado —declaró con los nudillos blancos de tanto empuñar las manos.

¿Cómo era posible que nadie se diera cuenta de lo evidente?

—Entiendo su punto, señora Stirling —continuó el abogado con voz solemne—. Pero por lo que me comenta, no hay mucho que podamos hacer en este caso. Es decir —se apresuró a agregar al ver que su clienta pensaba interrumpirlo con un comentario no muy agradable, por lo visto—, hasta ahora lo único que tenemos para alegar es que el señor Davies había querido separarse. Pero comprenderá, entonces, que su exesposo no estaba obligado a permanecer con usted en su… estado.

Regina bufó.

Era tan ridículo todo esto.

¿En serio la ley amparaba la atrocidad que habían cometido ese par de delincuentes?

¡No lo podía creer!

—¡¿Entonces qué sugiere?! —ladró sin poder contenerse un segundo más. No sabía con exactitud de dónde había surgido ese carácter que recién empezaba a experimentar, pero se sentía tan amarga, tan impotente, que no sabía de qué otra manera reaccionar—. ¿Sugiere que me quede de brazos cruzados? ¿Qué permita que ese par termine de despedazar lo poco que me queda?

—Señora…

El abogado suspiró sin saber muy bien cómo continuar. Las noticias que venían a continuación eran mucho peores.

—¡¿Qué?! —chilló histérica al ver que el hombre no se atrevía a decir lo que sea que tuviera para agregar.

—Me temo que la empresa está atravesando un momento un poco complicado —soltó, haciendo que los ojos de Regina se agradaran con horror.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó de inmediato.

—La empresa está… al borde de la quiebra, me temo —informó con la mirada baja, renuente a mirar a la cara a su clienta, a esa cliente que acababa de decepcionar.

—¡Maldita mujer! —bramó Regina, colocándose bruscamente de pie.

¡No lo podía creer!

Todo esto era culpa de su tía, lo sabía muy bien.

Mónica se había asegurado personalmente de destruir el legado de los Stirling y todo esto, porque su abuelo no había querido incluirla en el testamento. Pero estaba segura de que su abuelo había tenido sus buenos motivos para hacerlo, aunque, aún, para la fecha, dichas razones seguían siendo un misterio para ella.

—¿Y entonces qué me queda?

—Me temo que solo una cuenta bancaria con algo de dinero…

—¡No lo puedo creer!

Regina se dejó caer en el sillón, abatida.

Al parecer su despertar estaba lleno de malas noticias.

Una tras otra.

Cada vez peor.

¿Acaso ese hombre podía ser más ruin?

Regina no supo exactamente qué fue lo que la motivo a salir de su escondite, pero antes de darse cuenta de que lo que hacía era una completa estupidez, ya estaba llamando a aquel hombre por su nombre.

—¡Nicolás! —gritó, haciendo que el aludido se girara al instante, sobrecogido por su inesperada presencia.

—¿Qué estás haciendo aquí? —fue su saludo, uno descortés y completamente lleno de ira.

—¿Te atreves a preguntar qué estoy haciendo aquí? —se mostró ofendida—. ¡Esta es mi casa!

—No, ya no es tu casa, Regina. Así que será mejor que te vayas antes de que llame a la policía —le advirtió con frialdad, sin soltar su agarre de la mano de su amante, cosa que la molesto mucho más, porque, pudo percatarse de la manera en la que la colocaba sutilmente detrás, como si temiera que fuera a comportarse como una desquiciada y a arremeter en contra de ella, pero lo que no sabía Nicolás era que ella no deseaba atacar a la mosca muerta que tenía como prometida, no, ella deseaba atacarlo a él, despedazarlos con sus propias manos y hacerle sentir un poco de su sufrimiento.

—¡Es mi casa y lo sabes! —gritó fuera de sí—. ¡Cuando te conocí, no eras nadie! ¡No tenías nada! No eras más que un perro callejero buscando una oportunidad para embaucar a alguien. Dime algo, Nicolás, ¿estuviste detrás del accidente? ¿Lo planeaste?

El hombre no le respondió.

Por supuesto, que no lo haría.

No diría nada que pudiera incriminarlo; sin embargo, su mirada, esos ojos helados le hicieron entender que había muchas cosas ocultas.

Muchas cosas que deseaba descubrir.

—¡Lo pagarás, te lo juro! —sentenció allí mismo, alzando la mano y haciendo una promesa al aire.

Justo después, se dio media vuelta y partió de esa casa.

La mirada de su exesposo le quemó la espalda, pero Regina no se giró ni una sola vez.

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