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Ex-esposa en coma: Abandonada a mi suerte romance Capítulo 3

—¡Largo de aquí! ¡Vete!

Los gritos y las sacudidas estremecieron el cuerpo de Regina. Un cuerpo que seguía estando muy débil debido a que no habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde que había despertado de un coma de más de cinco años. Pero aquí estaba ella, con el deseo de levantarse y agarrar a su exmarido a puñetazos.

¿Cómo se atrevía a decirle que se había casado con ella solo por su dinero?

¡Maldito!

¡Mil veces maldito!

—¡Lo pagarás, te lo juro! —se estremeció nuevamente y de repente el sonido de sus gritos no era lo único que llenaba el silencio de aquella habitación de hospital, sino que ahora, adicionalmente, un pitido sordo provenía de una de las máquinas.

—Regina, ¡cálmate!

Intentó decirle Nicolás, puesto que la mujer no escuchaba razones. Estaba demasiado inmersa en su ira, en su rencor, que no se percató de que estaba causándose daño a sí misma.

—¿Qué está sucediendo aquí?

El médico entró oportunamente y entonces miró la escena con horror. La paciente se sacudía en la cama presa de un ataque de ira, quitándose el catéter con fuerza, mientras la sangre brotaba en las sábanas.

—Regina, detente.

Se acercó justo a tiempo para impedir que se levantara y que, muy probablemente, fuera a dar al suelo. Su paciente no estaba lista aún para volver a caminar, pero era más que evidente que tenía muy buenos motivos para intentar hacerlo y esos motivos, se atrevería a jurar, que se trataban del hombre que se encontraba de pie en medio de la habitación, el mismo hombre que durante el primer año de su hospitalización no había hecho otra cosa que mirarla despectivamente.

Y si, en condiciones normales, un médico no debería meterse en asuntos personales, pero había ciertas injusticias en la vida que no se podían pasar por alto. Y este era uno de esos casos.

—Márchese —le dijo directamente, sorprendiéndose con lo fría y firme que había surgido su voz.

—No todo está perdido —concluyó su discurso, atreviéndose a sostenerle la mano en un ligero apretón que buscaba reconfortarla—. Regina, —la llamó una vez más, aunque ya estaba perdiendo la esperanza de que reaccionara—, mírame. ¿Me estás escuchando? Puede que en este momento todo parezca perdido, pero…

—Lo pagarán.

De repente, la voz de la mujer se alzó con vigor, su tono era firme y decidido, y lo hizo estremecer en el acto.

Ismael tragó saliva, al tiempo en que Regina se giraba y lo miraba directamente a la cara. Sus ojos de un azul intenso, en ese instante relampagueaban, eran como una tormenta que estaba a punto de desatarse y, por un breve instante, sintió lástima de todos aquellos a los que iba dirigida su ira.

Aunque no, sonrió para sus adentros; sin duda, todos aquellos a los que Regina haría pagar se lo merecían.

Y él esperaba también poder presenciar el final de cada uno de ellos…

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