—No es un placer volver a verte. — dijo Katherine con una frialdad que hirió a Henry.
Aquel apuesto magnate de cabellos castaños y ojos azules, vio a su ex esposa recorriendo con su mirada cada parte de ella sin perder detalle.
Katherine había cambiado, admitió. Ella estaba tan hermosa como la recordaba, sin embargo, su porte estaba cargado de una elegancia distinguida y de un orgullo avasallador, y sus ojos verdes esmeralda, no lo miraban con aquella adoración y devoción como siempre lo habían visto…en su lugar, había frialdad, desdén y un desprecio devastador. Henry sintió como un escalofrió lo recorrió por completo, pues, aunque no quería admitirlo ni siquiera para sí mismo, esperaba encontrarse con aquella hermosa y cálida mujer que lo había amado con adoración.
—¿Por qué has vuelto?, ¿Esperabas volver a verme? — cuestionó Henry, mientras observaba a aquel hombre junto a su exesposa. —¿Y quién es este hombre? — exigió saber sintiendo los celos carcomerle el pecho.
—Jackson Evans. — se presentó Jackson con brusquedad.
Henry observo atentamente a Jackson Evans; aquel sujeto sin lugar a dudas era un hijo de Inglaterra, su cabello rubio cenizo, sus ojos celestes y su barba bien recortada, así como su estatura y acento, lo delataban.
Notando aquella mirada en Bennett, Jackson se apresuró a colocarse delante de Katherine, soltando delicadamente su mano. La ira y los celos de Henry le revolcaron sin piedad el corazón sobre sí mismo, y cuando su mirada de zafiro se volvió a cruzar con la de su hermosa exesposa, aquella mujer, la musa de cabellos rubios, encontró aquella mirada de su ex esposo completamente furiosa y cargada de pasiones reprimidas y ahogadas.
Katherine, por un momento, se paralizó. Sin embargo, no se permitió demostrar expresión alguna que no fuese indiferencia.
— Henry. — musitó Katherine sintiendo como su corazón deseaba latir con rapidez, aunque no se permitió perder el control de sí misma ante aquel miserable hombre que había permitido que la humillaran.
—Veo, que no perdiste el tiempo, y me has olvidado. Quiero hablar contigo, en privado, Katherine. — dijo y exigió Henry arrastrando dolor en sus palabras.
El corazón de la rubia ardió en el rencor al recordar aquel cumpleaños en que fue cruelmente humillada y expulsada de la mansión Bennett.
—Las razones que tengo para estar aquí no son asunto tuyo, así que te exijo que termines con esta tontería y me dejes marchar. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. — respondió Katherine.
El viento helado del invierno, en aquel instante, pareció desatar su furia. Y en los ojos de zafiro de aquel magnate, Katherine vio de golpe aquel pasado que creyó olvidado y enterrado.
Henry Bennett sonrió. Finalmente, aquella musa que durante tantos años estuvo escondida de él, había regresado, y está vez, nada ni nadie, le iba a impedir tenerla. Katherine debía de pagar la traición que le había hecho…y ella era suya, tan solo suya, para amar…o destruir, se dijo a si mismo Henry.
—No te dejaré marchar de aquí, Katherine, no hasta que hables conmigo. Sabes bien que tengo el poder de impedirte salir de este lugar. — respondió Henry con arrogancia.
Katherine sonrió con ironía, y tomando su celular, envió un mensaje de texto rápido.
Repentinamente, el celular de Henry sonó en su bolsillo, y mirando a quien pertenecía la llamada entrante, le dio una mirada confundida a Katherine quien le sonrió a cambio.
—Señor gobernador, ahora mismo estoy ocupado, ¿Puedo llamarle más tarde? — dijo Henry respondiendo la llamada.
El rostro de Henry palideció, y apartándose, dio una indicación a sus hombres de que se hicieran a un lado. Katherine sonrió con orgullo, y mirando como María regresaba con sus hijos cubiertos con una manta como rápidamente le había indicado por mensaje, espero por ellos.
Henry se quedó en silencio, mientras se preguntaba ¿Por qué el gobernador le había pedido dejar ir a Katherine Holmes en paz?
—Te dije, Henry Bennett, que no me subestimaras. — dijo Katherine con orgullo.
Desde las puertas de salida del aeropuerto, Gabriel y Emma miraron a aquel hombre alto de cabellos castaños que hablaba con su madre, y los gemelos se miraron entre si con extrañeza. Aquel hombre, tenía el mismo color de cabello que ellos. Saliendo ocultos bajo la manta y de la mano de María, los gemelos del magnate llegaron con su madre, logrando mirar más de cerca a aquel hombre extrañamente familiar que parecía esforzarse por mirarlos debajo de su mantita.
Caminando imponente y orgullosa junto a sus hijos y Jackson, Katherine subió a aquella camioneta de lujo que había estado esperando por ellos, y se alejó ante la mirada impotente de Henry Bennett, quien se sentía destrozado al confirmar que, efectivamente, aquellos niños que no pudo ver bien, parecían ser los hijos de la mujer que había extrañado cada segundo en aquellos casi seis años que no la había visto.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Exesposa al ataque! Ceo, tengo a tus gemelos.