Él continuó mirándome hasta que perdí el valor de mirarlo a los ojos. Al darse cuenta, suavizó su mirada y sus labios formaron una sonrisa seductora. En ese mismo momento, su semblante se convirtió excepcionalmente cautivador. Me quedé hipnotizada por su deslumbrante apariencia y apenas pude desviar mi mirada de él.
—Ya que no puedes dejar de verme, ¡puedes observarme todo lo que quieras cuando estemos en la cama!
Al escuchar eso, mi cerebro se convirtió en una masa. Cuando recuperé mis sentidos, yo ya me encontraba en los brazos de Miguel. Él me cargó con facilidad y caminó hacia las escaleras, ignorando cómo todas las mucamas nos miraban boquiabiertas.
Cuando llegamos a su habitación, él me puso encima de la cama matrimonial y tiró de la manta que rodeaba mi cuerpo. Eso me tomó por sorpresa e intenté aferrarme a la manta. Las manos de Miguel se quedaron inmóviles mientras me miraba con gran descontento.
—¿Qué haces, Andrea? ¿Me estás rechazando? —dijo.
—Ya tuvimos muchas rondas anoche. Solo creo que es mejor descansar hoy. Después de todo, el exceso es malo para la salud. Tú sigues siendo joven. ¿Qué tal si comienzas a tener problemas con la funcionalidad de tu cuerpo a esta edad? —dije con una sonrisa incómoda y evité tener contacto visual con él.
Al principio, solo estaba tratando de hacer que Miguel cambiara de opinión y me dejara ir. Pero mientras observaba su rostro que cada vez se volvía más sombrío, por fin me di cuenta de lo mal que debieron sonar mis palabras. Me sentí horrorizada al ver sus ojos que estaban ardiendo de furia, me estremecí y la sonrisa en mi rostro se congeló.
—¿Quieres decir que no soy lo suficientemente bueno en la cama, Andrea? ¿Acaso no te dejé satisfecha anoche? —gruñó Miguel.
Sin duda, estaba cavando mi propia tumba al atreverme a insultar su orgullo. Después de todo, ningún hombre podía aceptar comentarios negativos sobre sus habilidades en la cama sin enfurecer. Esto era en especial cierto para Miguel, quien era un hombre orgulloso. Comencé a sentir pánico mientras se acercaba a mí con sus ojos ardiendo de ira.
«¡Estoy acabada! ¿Acaso acabo de ofender a este hombre de nuevo? ¿Qué me está pasando? ¿Por qué sigo diciendo cosas que lo ofenden? Ay... Solo puedo culparme a mí misma»
Observé a Miguel con cautela e intenté dar mi mejor explicación.
—No quise decir eso. Sin duda eres bueno en la cama. Es solo que me preocupas, quiero decir, tanto sexo no puede ser bueno para tu... cosa, ¿cierto? Sigues siendo joven y seguro necesitarás esa herramienta tuya por mucho tiempo. Sería una pena si algo le pasa.
Le mostré una sonrisa brillante con la esperanza de que mis palabras pudieran al menos apaciguar su exasperación.
—¿Crees que eres adecuada para juzgar lo bueno que soy en la cama? ¡Apuesto a que lo sabrás bien después de algunas sesiones más conmigo! —se burló.
Mis palabras no lograron calmarlo en lo absoluto. Con una expresión sombría en su rostro, Miguel extendió su mano para tirar de la manta de nuevo. Yo era débil y no había manera de que pudiera contra su fuerza. De un tirón, fácilmente me quitó la manta que llevaba en vuelta.
—¡Miguel, espera! —dije con un aullido mientras forcejeaba frenéticamente.
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