Las prendas que colgaban en el vestidor eran puras camisas y trajes; incluso los zapatos que había eran en su mayoría de cuero negro.
«Vaya, vaya… casi todo lo que hay aquí son trajes. En realidad, no veo ninguna prenda casual en ningún lado.»
Agarré una camisa cualquiera de Miguel y me la puse. Mi camisa ya no servía para nada, por lo que no tenía más remedio que utilizar una de sus camisas. Después de todo, no podía salir y andar desnuda por la casa. Su camisa era tan grande que me llegaba hasta los muslos y, aunque me parecía un poco raro, era mucho mejor que estar andando con mi camisa rota.
Miguel estaba sentado en la sala de estar con sus piernas cruzadas de manera elegante cuando regresé al primer piso; mientras que lo observaba desde lejos, podía sentir el aura de realeza que emanaba de él. Miguel volteó a verme por el lado de su hombro cuando escuchó mis pasos y, en el momento que vio que llevaba puesto una de sus camisas, la expresión seductiva en sus cejas se arrugó considerablemente.
Al mirar a sus ojos, de repente pude recordar que él tenía misofobia.
«¿Será posible que la apariencia en sus ojos en este momento sea de reproche porque estoy usando su camisa?»
—Mi camisa está rota, así que no tuve más opción que usar una de las tuyas por el momento; pero no te preocupes, la lavaré antes de devolvértela —le expliqué tan rápido como pude, estaba nerviosa mientras lo miraba.
Me sentía un poco insegura debido a que la tomé sin su permiso. Pero a pesar de eso, él me seguía viendo de pies a cabeza; no podía comprender sus pensamientos y era por esa misma razón que me sentí más nerviosa.
—Pensándolo bien, creo que mejor me la quitaré.
Agaché mi cabeza y me di media vuelta para regresar arriba y cambiar mi camisa después de haber dicho eso con poco entusiasmo.
«¡Pero qué tacaño! ¿En verdad es necesario hacer esto cuando lo único que quería era tomar prestada su camisa por un rato? ¡Esto no le perjudica en nada!»
Pude escuchar la voz de Miguel cuando estaba a un paso de llegar a las escaleras.
—Déjatela, ya que la tienes puesta. Yo no había dicho nada —dijo con una voz plácida. Cuando me giré, lo miré con deleite mientras que una extraña sensación de emoción me pasó por el cuerpo.
—¿Por qué sigues parada ahí? ¡Ponte a cocinar, rápido! ¿O acaso esperas que yo cocine?
La voz de Miguel resonó una vez más cuando empecé a caminar a hacia él. Me detuve en corto y lo miré con disgusto antes de quejarme ante él:
—¿Por qué debo de cocinar cuando tú tienes amas de casa?
Pero Miguel me tomaba con impaciencia.
—¡Qué bocona eres, Andrea! Las amas de casa tienen el día libre, ¡así que tú tienes que cocinar!
Tal y como él lo había dicho, yo ya no tenía excusa para rechazarlo. Solté un suspiro y arrastré mis pies hasta la cocina.
Cuando llegué hasta el refrigerador de la cocina y lo abrí, fui sorprendida por lo poco que había en los estantes, lo único que había era tomates y huevos.
—Voy a suponer que tú no sueles comer aquí, porque en este refrigerador solo hay unos cuantos ingredientes —le dije a Miguel en exasperación después de mirar los ingredientes dentro del refrigerador.
—Es en rara ocasión que como en casa, ya que me dedico a entretener a mis clientes casi todos los días —me respondió Miguel, quien estaba tomando café en la sala de estar sin la más mínima preocupación en el mundo.
Me quedé sin palabras ante su respuesta y encorvé mis labios.
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