Jiang Ning respiró hondo.
―No me importaría si todavía fuera ese entonces cuando no le caías bien a Yuzhen. Pero ahora habla de ti todo el tiempo, así que las cosas son muy diferentes. Cuñado, los hombres deben ser responsables. ―Su Yun suspiró―. Pero claro, guardaré tu secreto.
Jiang Ning exhaló hondo.
―¿No me vas a recompensar?
―Sí. Estoy considerando darle el título de leyenda de Shengcheng a alguien más.
―¡Noooo! No hagas eso. ―Su Yun saltó de inmediato y sacudió las manos frenéticamente―. Está bien, está bien, ya no te echaré sermones. Sólo ten cuidado. No vayas a… ¡Está bien! ¡Ya no diré nada!
Regresó dando tumbos a su asiento en el sillón mientras miraba alerta a Jiang Ning, lista para esquivar en cualquier momento. Jiang Ning volvió a poner en el suelo la mesita que estaba a un lado suyo. De verdad se cuestionó por qué había aceptado que esta chiquilla extravagante los acompañara a Shenghai. Su imaginación era muy veloz. Era mejor que se quedara viendo las caricaturas.
―Más te vale que te comportes y no andes diciendo tonterías. Si haces que Yuzhen se ponga triste, voy a romperte los huesos aunque seas la leyenda de Shengcheng ―la amenazó Jiang Ning antes de levantarse y dirigirse al estudio con la tarjeta de invitación.
Su Yun se dio unas palmaditas en su insignificante pecho y respiró aliviada.
―¿No puedo bromear contigo? ¿Crees que no me doy cuenta? Esa señorita Gao te temía tanto, ¿cómo podría ser tu mujer? ―se mofó Su Yun.
¿Su cuñado era tan aterrador? Ella y Yuzhen le tomaban el pelo a menudo, así que a ella no le daba miedo.
―¿Querida? ―Jiang Ning empujó la puerta del estudio y preguntó en voz baja: ―¿Te molesto?
Lin Yuzhen se volvió y sonrió.
Shenghai no era un lugar cualquiera. Ni Donghai ni todas las ciudades del sureste podían compararse con esta ciudad en lo absoluto. Al menos el 30% de las multinacionales del país tenían sede en Shenghai. Era un centro financiero. Junto a esas compañías, el Grupo Lin prácticamente no era nada.
―Pues ya que recibimos la invitación, no podríamos faltar, ¿verdad? ―dijo Jiang Ning.
Eso fue lo que dijo, aunque por supuesto que Lin Yuzhen podía darse el lujo de ofender a quien fuera y no tenía que preocuparse por cualquier cosa que no quisiera hacer, ni siquiera si un dios lo intentara.
―Cierto. ―Lin Yuzhen sostenía la invitación en la mano y no pudo ocultar el júbilo en su rostro―. Entonces tendré que arreglarme. Además, tengo que agradecer a esta familia por darme esta oportunidad.
No sabía que, al asistir, era ella quien le daba una oportunidad a la familia Gao. Se levantó y le echó los brazos al cuello a Jiang Ning para besarlo.
―Gracias, queridito. Eres mi amuleto de buena suerte.

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