Gou les hizo una señal a sus hombres con la mano y todos tomaron sus bates y corrieron hacia Jiang Ning.
Liu Yang se puso nervioso y se paró de pronto delante de Jiang Ning. De ninguna manera iba a dejar que el amigo de su hijo saliera herido y mucho menos que muriera por un asunto ajeno.
Jiang Ning no se inmutó; ni siquiera se movió. Había dicho que Zhuang Fen debía venir a disculparse en media hora, pero sus palabras no fueron efectivas.
—¡Rómpanles en pedazos las piernas a todos! —ordenó Jiang Ning. Parecía que hubiera levantando una especie de prohibición.
Los lobos no se contuvieron más, se dirigieron desbocados hacia aquellos hombres.
¡BAM!
¡BAM!
¡BAM!
Estaban enfadados porque Número Dieciocho había muerto y habían reprimido todo ese sufrimiento. Cuando trajeron las cenizas de Dieciocho, no esperaban ver que los padres fueran maltratados. ¿Quién soportaría algo así?
En ese instante, ¡se desató una oleada de fuertes puñetazos! ¡Un puñetazo podía hacer volar a un hombre!
¡AAAH!
Espeluznantes alaridos inundaron el lugar.
El Hermano Gou no tuvo piedad, le rompió una pierna a uno de los hombres de un solo golpe. El hombre quedó acalambrado por el dolor, en el rostro se le notaba que estaba adolorido y aterrado. En menos de treinta segundos, todos estaban tirados en el suelo.
Liu Yang y los vecinos se asombraron pues no esperaban que los amigos de su hijo fueran tan audaces. «¿Cómo han caído así una docena de hombres en menos de medio minuto? ¿Podría mi hijo ser igual de increíble?».
La expresión de Dao cambió de repente. Entendió por qué sus hombres habían dicho que los sujetos de la casa de Liu Hui eran aterradores.
—¡Tú... tú!
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