Al otro lado del privado, Clara había vaciado tres cervezas Victoria y, con la voz rasposa, cantaba a todo pulmón "Amarte hasta la muerte", el karaoke retumbando en las paredes.
Esther, con creciente inquietud, revisaba las tendencias en su celular mientras jalaba suavemente la manga de su amiga.
—Clara, ¿en qué momento dije yo todas esas cosas sobre Samuel? —preguntó, la preocupación evidente en su voz.
—¡Ay, no te apures! —soltó Clara con una risita alcoholizada—. ¡Lo escribí yo! Las notas tienen que ser explosivas para que la gente les haga caso.
El rostro de Esther se ensombreció mientras sus dedos tamborileaban nerviosamente sobre la mesa.
—¿Pero te has puesto a pensar en las consecuencias de algo así? —su voz temblaba ligeramente.
Clara, con las mejillas encendidas por el alcohol, alzó el micrófono como si fuera un cetro.
—¿Consecuencias? ¿Cuáles consecuencias? —soltó una carcajada despreocupada—. ¿Qué va a hacer Samuel? ¿Venir con un cuchillo a amenazarme para que baje la nota o qué?
¡BANG!
La puerta del privado se abrió de una patada, el estruendo haciendo que la música se detuviera abruptamente.
Esther sintió que el corazón se le detenía al ver a Samuel en el umbral, su figura imponente recortada contra la luz del pasillo, el rostro ensombrecido por una furia apenas contenida.
Sabía que vendría a buscarla, era inevitable. Pero no esperaba que fuera tan pronto. La rapidez de su reacción la tomó por sorpresa.
—¿Quién publicó la noticia? —la voz de Samuel cortaba como navaja de hielo.
Clara, aterrada, se escondió tras Esther como una niña buscando protección. Esther, haciendo acopio de toda su fuerza interior, mantuvo la compostura.
—La publiqué yo —declaró con firmeza.
—¿Tú? —Samuel soltó una risa gélida mientras avanzaba como depredador.
Con un movimiento brusco, agarró a Clara del brazo y la arrojó hacia Jorge, quien esperaba en la puerta.
—¡Todos fuera de aquí! —rugió.
Clara, con las piernas temblorosas como gelatina, intentó resistirse para defender a su amiga, pero Jorge ya la arrastraba hacia la salida.
—¡Vámonos, muévete, ándale! —la apremió Jorge—. ¡Este no es nuestro pleito!
El recuerdo encendió una chispa de furia en su interior. Con un movimiento rápido, liberó su mano y le propinó una sonora bofetada.
¡PLAF!
El sonido reverberó amplificado por el micrófono cercano.
Jorge y Clara irrumpieron en el privado al escuchar el golpe.
—¡Esther! ¿Estás bien?
—¡Samuel! ¡No está bien esto! ¡Por más enojado que estés, no puedes ponerte así!
Ambos se precipitaron al interior, solo para detenerse en seco al darse cuenta de que quien estaba mudo de la impresión no era Esther, sino Samuel.
—Samuel —la voz de Esther era puro hielo—, ¿acaso no entiendes cuando te hablan? Este matrimonio no solo tu familia De la Garza puede cancelarlo. ¡Si yo, Esther Montoya, digo que se cancela, se cancela!
—¡Tú! —Samuel, temblando de ira, alzó la mirada solo para encontrarse con algo que nunca había visto: desprecio puro en los ojos de Esther.
El descubrimiento lo dejó paralizado. Jamás, en todo el tiempo que la conocía, Esther lo había mirado así. Era como si una máscara hubiera caído, revelando a una mujer completamente diferente.

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