•Un año después•
Metí en mi boca varias cucharadas de yogurt natural, casi atragantándome.
Miré el reloj de segunda mano que tenía en la muñeca. Llegaría tarde al trabajo.
Dejé la comida a la mitad a pesar de tener hambre, no podía permitirme llegar tarde al trabajo nuevamente. El pervertido del dueño me despediría.
Acaricié a Cenizas, un gatito gris que había acogido hace unos meses cuando lo vi deambulando bajo la lluvia. Me despedí de el, rascando su oreja, como le gustaba.
Salí del pequeño apartamento que estaba rentando. Corrí, escaleras abajo, topándome con el casero gruñón del que tanto me estaba esforzando en esconderme. Miré a ambos lados, en busca de algún arbustos con el cual ocultarme, pero era muy tarde, me había visto.
—¡Aquí estás! —El señor mayor me pegó en el brazo con el periódico doblado que tenía en la mano—. ¡Me debes dos meses de renta!
—Lo siento, señor Zied, le pagaré apenas que cobre —Le supliqué, tratando de pasar a su lado.
—Eso me dijiste el mes pasado —Me volvió a pegar con el periódico, pero esta vez en la cabeza—. ¿Crees qué tengo tiempo para esperar por ti? Podría rentarle ese apartamento a otra persona responsable —Me volvió a dar con el periódico. Me mordí el labio, tragándome la rabia que tenía de gritarle. En estos momentos yo tenía todas las de perder. Él podía echarme del apartamento por incumplir el contrato.
—Si tenía planes de pagarle, pero tuve algunos problemas personales…
Y con problemas personales me refería a una gastritis que me estaba afectando gravemente y con la cual me seguía medicando. Se me fue la mayor parte del sueldo en los gastos médicos.
Jamás había llegado a pensar en lo difícil que es vivir sola. No sólo en el tema monetario, también en el doméstico. No había tiempo para dudar ni tener pasatiempos. Cuando no estaba trabajando, estaba limpiando o cocinando. Y la parte de cocinar jamás me acostumbraría. Yo lograba conseguir que un simple puré de papas se convirtiera en una bomba atómica.
Y no estaba mintiendo, una vez la tapa de la olla salió disparada mientras hervía las papas. Aún sigo sin comprende como logré esa hazaña, así que lo he eliminado de mi lista de comidas por preparar.
—Todos tienen problemas personales, pero tú eres la única que se retrasa —gruñó, dándome con un poco más de fuerza.
Apreté los dientes y lo aparté, pasando a su lado antes de hacer algo de lo que podría arrepentirme.
—Que se puede esperar de una familia que se dedica a malversar fondos —Lo escuché decir a mis espaldas.
Cerré las manos en puños, enterrándome las uñas en la piel. Seguí mi camino, tragándome la rabia.
Estaba harta de escuchar esa clase de comentarios, pero eran el pan de cada día.
Tuve que recurrir a pintar mi cabello rubio de rojo para evitar ser reconocida por la calle. No era un cambio extremo, pero al menos, lograba hacer que los transeúntes durarán de decirme cosas horribles. Se lo pensaban dos veces, creyendo que simplemente me parecía a Charlotte Darclen.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La amante secreta de mi exesposo