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La amante secreta de mi exesposo romance Capítulo 4

Tal vez no me reconocía por mi color de cabello.

Eso seria aún más doloroso.

—¿Eres sorda? —El hombre que antes me llamaba, golpeó la mesa con su puño, logrando captar mi atención y la de todos los presentes.

Recobré la compostura, manteniendo el mentón en alto, fingiendo que la mirada de mi exesposo no me afectaba.

—Una disculpa, señor —Me dirigí al hombre—. ¿Qué les sirvo esta noche?

Todos hicieron sus pedidos. Los anoté con agilidad, yéndome con rapidez. Llegué a la barra y pude respirar finalmente. Toqué mi pecho, sintiendo como el corazón me latía con prisa.

Dejé el pedido y me puse a atender a otras mesas mientras tanto, fingiendo que no sentía la intensa mirada de Frederick en mi cuerpo. Se me había olvidado como respirar correctamente.

—¡Maldita sea, Charlotte! —gruñí al romper una copa. Otro descuento para mí quincena.

Así no lograría pagarle al casero.

No quería que él me afectara de esta forma. Lo veía y veía su traición, veía la forma como me trató, como me usó.

El estómago me ardía, tenía ganas de vomitar.

—El jefe se molestará contigo por esto, te la pasas rompiendo todo. Eres la peor trabajadora que ha pisado este lugar y eso que hemos tenido a traficantes de droga sirviendo bebidas —gritó el cantinero, para hacerse escuchar por encima de la música—. Mejor ve a llevar estos tragos a la mesa grande y procura no tirarlos.

Tomé la bandeja, sintiendo que vomitaría sobre ella.

Serví las bebidas, evitando ver a mi exesposo, como si no existiera.

De pronto, una mano se cerró sobre mi muñeca, pero no era la de mi ex. Esta era peluda y con las uñas encarnadas. Era el tipo de antes, el imbécil. Le dirigí una mirada cargada de enfado.

—Ya decía yo que te me hacías conocida —Me señaló, sonriendo con maldad—. Frederick, ella es tu ex, ¿verdad? Se parece mucho.

Se me cerró la garganta y no pude ocultar el gesto de pánico en mi rostro. Mis ojos buscaron a Frederick, esperando su respuesta, pero ni siquiera se había molestado en verme. Sus ojos estaban fijos en el punto exacto donde el hombre me tenía agarrada. Su gesto era asesino.

—¡Sí, sí! ¡Tú eres Charlotte Darclen! —Se rio el imbécil—. La hija de ese criminal.

Me solté de su agarre, provocando que el trago que le había servido se volcara sobre sus pantalones. Salí corriendo.

—¡Esta maldita perra! —Lo escuché gritar detrás de mí.

Pero era muy tarde, logré encerrarme en el baño y vomité el poquito yogurt que había comido hace horas. No resistía más el dolor en la boca del estómago.

Me recosté en la pared del baño, manteniendo las manos en el área afectada, como si eso fuera de ayuda. Estuve así un rato, pero el dolor no se iba.

—Necesitaba la medicina —gemí, poniéndome en pie.

Quise retorcerme en ese mismo lugar.

Salí del baño, encontrándome con la música apagada y una conmoción en el lugar. No entendía lo que estaban susurrando las personas y no le di importancia. Fui directo a mi cartera que estaba debajo de la barra y saqué mi pequeño bolso de medicina. Agarré una botella de agua.

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