El taxi me llevó a la dirección que le pedí, la cual era mi antiguo departamento. No podía dejarlo todo ahí tirado, jamás se sabe que mañosos se les ocurrirá revisar mis cosas.
Metí lo que pude en un bolso y el resto en dos pequeñas bolsas de plásticas. Me aseguré de guardar las cartas de mi padre con cuidado. Nunca las he leído, pero algo me impide botarlas o maltratarlas.
Así mismo, guardé el anillo de matrimonio. Debí haberlo vendido, ya que costaba mucho, pero no lo hice, no pude. Esta joya era un recuerdo de mi amor y mi odio.
Fui hasta un alquiler de casilleros y lo guardé.
Ahora sí, ya estaba lista para enfrentar a la bestia.
….
Nunca estuve en la mansión de Frederick, ya que no sabía que tenía una, porque pensaba que era de clase baja. Cuando nos casamos, vivimos en la mansión de mi padre y a él pareció gustarle la idea. ¿Cómo no me di cuenta qué su objetivo era recopilar pruebas? Digo, hasta el día de hoy no he visto a ningún hombre ser feliz por vivir en casa de su suegro.
Y debía admitirlo, esta mansión era diez veces más grande e imponente que la de mi padre.
Antes de siquiera tocar el intercomunicador, la reja metálica se abrió. Miré a ambos lados, pero no había nadie, ni un guardia. Pasé, cruzando el jardín hasta llegar a la puerta principal, la cual estaba abierta. No tuve que usar la llave.
El imbécil sabía que vendría.
Me sobresalté cuando un hombre de ojos negros me interceptó.
—Señora Darclen, soy el jefe de seguridad del señor Lancaster —Se presentó con formalidad—. Por favor, acompáñeme.
Sin esperar respuesta de mi parte, se dio la vuelta y no tuve más opción que seguirlo. Llegamos hasta una puerta doble.
—La señora Darclen está aquí, señor —Anunció después de tocar la puerta.
No escuché una respuesta del otro lado, pero el jefe de seguridad me permitió pasar.
Entré con pasos dudosos, analizando el pulcro espacio de mármol. Era un estudio.
Frederick estaba en sus dominios, sentado en un escritorio de caoba. Vestía un traje lujoso y tenía en su mano un vaso de whisky.
—Bienvenida, princesa —Las comisuras de sus labios se levantaron, formando una sonrisa mezquina.
—Vine por Cenizas —dije, con los ojos afilados.
Como si lo hubiera invocado, Cenizas maulló. Seguí su voz y lo encontré en un rincón, estaba sobre un cojín rojo y a su lado tenía un tazón con restos de caviar. Se nota que lo estuvo pasando de maravilla.
—Cenizas, mi amor, ven aquí —dije, hablando con una voz más infantil y poniéndome de cuclillas.
El pequeño bulto gris me miró y me ignoró. Me quedé de cuclillas, con los brazos estirados y una mueca de sorpresa.
«Pequeño traidor»
Me puse de pie, fingiendo que nada pasó.
Frederick me miraba con la diversión bailando en sus ojos azules.
—Ten. Firma aquí —Me ofreció un documento y una pluma, dejándolas en el escritorio.
Arrugué la frente, acercándome a su territorio.
—¿Qué es? ¿Acaso me estás cobrando por los gastos médicos? —pregunté mientras tomaba el documento—. En mi defensa, yo no pedí que se me trasladara a una habitación pri…
Las palabras murieron en mi garganta al leer la primera parte del documento.
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