Aunque no sabía si algo malo sucedería, Úrsula siempre había sido una persona precavida.
Los niños no tienen sentido del peligro.
Por eso, muchos secuestros infantiles son perpetrados por conocidos.
Como madre, había cosas que Úrsula debía pensar de manera integral para evitar riesgos.
Lo más importante era que Selena solía ser muy cercana a ella y conocía perfectamente los hábitos de los tres pequeños. Si llegara a tener malas intenciones hacia ellos, sería muy fácil que cayeran en su trampa si no estaban prevenidos.
Al escuchar las palabras de Úrsula, Valentina asintió.
—Está bien, hija, entendido. Quédate tranquila, tu papá y yo no les quitaremos la vista de encima ni un segundo.
Álvaro asintió también.
—Hija, con tu madre y conmigo ahí, no tienes por qué preocuparte por la seguridad de los niños. No dejaré que nadie les haga daño.
En el pasado no había podido proteger a su esposa e hija, lo que provocó que estuvieran separados por más de veinte años.
Álvaro no permitiría jamás que algo así volviera a ocurrir.
Úrsula sonrió.
—Papá, mamá, entonces se los encargo.
—Déjalo en nuestras manos —dijo Álvaro golpeándose el pecho—. Ustedes dos vayan a trabajar tranquilos.
Después de hablar con sus padres, Úrsula salió con Israel hacia la empresa.
Álvaro y Valentina eran abuelos sumamente responsables y dedicados.
No tomaron las palabras de Úrsula a la ligera; llevaron a un total de ocho guardaespaldas antes de dirigirse al parque infantil con los tres pequeños.
En cuanto llegaron a la zona de juegos, vieron a Minerva.
—Buenas tardes, señores —saludó Minerva desde la entrada, agitando la mano.
—Minerva —respondió Valentina con entusiasmo.
Los tres pequeños también se emocionaron mucho al verla.
—¡Tía Minerva!
Los tres la rodearon, poniendo a Minerva en un aprieto sobre a quién abrazar primero, así que tuvo que abrazarlos a los tres.

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