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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 227

Virginia se sentía más satisfecha con cada pensamiento que le cruzaba la mente.

Temiendo que Úrsula no hubiera notado cómo le hacía señas a Alicia, levantó la mano una vez más para saludarla.

—¡Prima, en la noche paso a buscarte!

A pesar de estar trabajando, Alicia no se veía presionada gracias a la actitud relajada de Paulina con sus empleados, así que también levantó la mano y le respondió:

—Está bien, Virgi.

Después de saludar a Alicia, Virginia lanzó una mirada fugaz hacia Úrsula.

—¡Bah!

Campesinita...

¿De verdad quería competir con ella?

Una chica como Úrsula, tan simple y de pueblo, ni en sueños podría aspirar a tener algo que ver con los Gómez.

Sin embargo, Úrsula no le prestó la más mínima atención a Virginia. De hecho, ni siquiera se percató de su presencia.

Su mirada permanecía fija en Isaías, quien se abría paso entre la multitud.

Incluso parecía haber perdido la noción de todo lo que ocurría a su alrededor.

Ni ella misma notó en qué momento empezó a distraerse.

No fue hasta que Dominika habló que volvió en sí.

—Úrsula, ¿qué tanto miras?

Solo entonces Úrsula regresó al presente y apartó la vista.

—Ese señor me resulta conocido, siento que lo he visto en alguna parte.

—¿Te refieres a Isaías Gómez? —Dominika le siguió la corriente—. Es ese señor de en medio que impone con solo caminar, ¿no?

—Sí, justo él —asintió Úrsula, pensativa.

Dominika sonrió, entre divertida e impresionada.

—Isaías Gómez es el dueño de Estudios Corona del Sol. Siempre sale en las noticias de espectáculos y en programas sobre derechos de autor; es muy probable que lo hayas visto en la tele.

—Ah, con razón —respondió Úrsula, soltando una pequeña carcajada—. Seguro fue en la televisión.

Después de haber visto a Isaías, sentía una urgencia inexplicable por conocer su historia.

Dominika, aún enlazada a su brazo, la invitó a caminar.

—Ven, vamos avanzando mientras te cuento.

Todavía les faltaba recoger el equipaje.

—De acuerdo —aceptó Úrsula, siguiéndola sin dudar.

Dominika continuó hablando mientras caminaban.

—En realidad, la señora Eloísa sí era feliz, pero todo cambió hace diecinueve años. Hubo un accidente de carro que le arrebató a su única hija, Valentina Gómez. En ese mismo accidente, perdió también a su nieta Amelia, que apenas tenía tres meses, y su yerno Álvaro sobrevivió, pero quedó postrado en una cama, sin poder moverse ni hablar.

Dicen que la vida tiene tres grandes tragedias: perder a tu padre siendo joven, a tu pareja en la madurez, y a un hijo en la vejez.

A Eloísa le tocó esa última, ¿cómo iba a poder disfrutar su vejez después de algo así?

Dominika suspiró con pesar, y alzó la voz para terminar:

—El accidente fue tan grave que el carro cayó por un barranco y nadie los encontró de inmediato. Por eso nunca hallaron los cuerpos de Valentina ni de Amelia; desde entonces, ni los Gómez ni los Solano han perdido la esperanza, creen que tal vez siguen vivas, y no han dejado de buscarlas ni un solo año.

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