—¿Qué…?
Al escuchar lo que dijo su asistente, Patricio Estévez sintió que el piso se le movía.
¡Úrsula Méndez había logrado curar a Eloísa Gómez!
¿Acaso…?
¿Acaso de verdad sabía aplicar esas agujas milagrosas de las que tanto se hablaba?
Pero, ¡Úrsula era tan joven!
¿Cómo lo habría conseguido?
Patricio miró a su asistente.
—¿Tú viste con tus propios ojos que Eloísa ya está bien?
—Sí, lo vi yo mismo —asintió el asistente.
El semblante de Patricio se volvió sombrío.
Muy sombrío.
Apenas un instante antes, se había sentido afortunado de haber rechazado la oferta de ser asistente de Úrsula.
Ahora…
Ahora quería darse una bofetada.
Se arrepentía.
Se arrepentía con todas sus fuerzas.
¡Si hubiera sabido que Úrsula tenía ese talento, jamás la habría rechazado!
Si hubiera aceptado ser el asistente de Úrsula, no solo habría aprendido de ella técnicas reales, sino que además podría presumir de haber sido uno de los que salvaron a Eloísa.
Eso le habría abierto muchas puertas.
Pero ahora…
Había dejado pasar una oportunidad de oro.
Patricio se dejó caer en la silla, más pálido que una hoja de papel.
Unos segundos después, Patricio se levantó de golpe y salió apresurado del consultorio.
El asistente corrió tras él.
—Doctor Estévez, ¿a dónde va?
—Voy a ver cómo está Eloísa.
—Voy con usted —dijo el asistente, siguiéndolo de cerca.
Patricio estaba impaciente.
La sala VIP estaba en el piso 17, la oficina en el 19, pero el elevador seguía abajo, en el primer piso. Sin ganas de esperar, dio media vuelta y corrió hacia la escalera de emergencias.
Iba a bajar por las escaleras.
No podía creer que Úrsula hubiera curado a Eloísa.
—¡Tac, tac, tac...!—
Los pasos de Patricio retumbaban en el hueco de la escalera.
En cuestión de minutos, llegó al piso VIP.
Se detuvo frente a la puerta del cuarto y, tras regular su aliento y acomodarse la bata, levantó la mano y tocó.

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