Resulta que ese gran asunto era que habían encontrado a Amelia.
Alejandra estaba tan nerviosa que la voz le temblaba al responder:
—Sí, mamá, sí, vuelvo de inmediato.
...
Mientras tanto.
Marcela ya había abordado el avión.
El trayecto de Villa Regia a San Albero era más corto que desde Río Merinda. Apenas se acomodó, Marcela le envió un mensaje a Azucena Chávez:
[Azucena, ya salí rumbo a allá.]
Justo en ese momento, los Gómez también llegaron al aeropuerto. Al recibir el WhatsApp de Marcela, Azucena respondió enseguida:
[Perfecto, le deseo buen viaje.]
...
Por otro lado.
Úrsula acababa de recibir noticias de la familia Gómez.
La prueba de parentesco había salido positiva.
Úrsula se quedó pasmada.
Ella... ¿de verdad era Amelia?
Pensó que todo era solo una coincidencia.
Jamás imaginó que los lazos de sangre pudieran ser tan extraños y misteriosos.
Al ver el resultado de la prueba, lo primero que hizo Úrsula fue llamar a Fabián. Apenas escuchó la noticia, Fabián dejó todo y regresó a casa.
Desde que Úrsula volvió de Río Merinda, ya le había comentado a Fabián sobre la prueba.
Fabián siempre apoyó que su nieta buscara a su familia biológica.
Pero como Úrsula no le daba mucha importancia al resultado, Fabián tampoco quiso hacerse ilusiones.
—Úrsula, yo te acompaño a Río Merinda —propuso Fabián, ansioso.
Para Fabián, lo más importante no era si su nieta, al encontrar a su verdadera familia, lo olvidaría. Lo único que quería era acompañarla para que se reencontrara con los suyos.
Como abuelo, se sentía genuinamente feliz. Su nieta había pasado tantos años sola, viendo cómo los demás tenían papás, abuelita, abuelo, mientras que ella solo lo tenía a él.
Pero ahora todo había cambiado. Ya no estaría sola en este mundo.
—No hace falta, abuelo. Ellos ya vienen de Río Merinda para acá —respondió Úrsula, mirándolo con ternura—. Abuelo, no importa dónde esté ni quién sea, usted siempre será mi abuelo. Yo voy a cuidar de usted siempre, se lo prometo.
Las palabras de Úrsula le hicieron brillar los ojos a Fabián, que se los talló disimulando la emoción.
—¿Mil...? —El chofer se quedó helado. Bajó la ventanilla y le gritó a Marcela—. ¡Señora, se equivocó! ¡Le pagó de más!
—No es un error, lo demás es tu propina —respondió Eloísa, que iba con ella.
El chofer casi brincaba de la emoción.
Había recibido propinas antes, pero nunca una que superara tanto el precio del viaje. Mientras veía alejarse a Marcela, le gritó con voz temblorosa:
—¡Gracias, señora! ¡Le deseo mucha salud y que se cumplan todos sus deseos!
Pero Marcela ni lo escuchó. Caminaba a paso apresurado rumbo al edificio 8.
Apenas llegó a la puerta del edificio, vio a una jovencita salir con una bolsa de basura. Llevaba un abrigo blanco largo, recogía el cabello en un chongo, tenía la piel muy clara y unos ojos que brillaban como el sol de primavera. Su nariz era fina y recta, y la boca, pequeña y roja como una cereza.
Al verla, Marcela se quedó inmóvil.
Aunque jamás había visto una foto de Ami, la sangre tira, y en cuanto la vio, supo, con una certeza inexplicable, que esa era su Ami.
Tenía que serlo.
Úrsula apenas salió, vio a la anciana que la miraba fijamente. Su expresión resultaba tan compleja que no pudo evitar preguntar:
—¿Señora, me conoce?
Marcela simplemente la contempló, y de pronto las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas.
—Ami... mi Ami. ¿Eres tú, verdad? ¿Eres mi Ami?

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