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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 335

—¿Qué…? ¿Caminar? ¿Le va a afectar al caminar?

El impacto de las palabras del doctor Sandro cayó como una piedra en la habitación. De inmediato, un silencio denso lo cubrió todo. Luna, Enrique y Alejandra quedaron completamente paralizados, como si el tiempo se hubiera detenido.

Hacía solo tres minutos Luna se sentía aliviada, convencida de haber hecho lo correcto al frenar a Úrsula, impidiendo que tocara a Alejandra. Pero ahora, el doctor entraba y soltaba esa bomba: Alejandra podría tener problemas para caminar por el resto de su vida.

Luna pensó que estaba escuchando mal, que quizá su mente le jugaba una mala pasada. El color se le esfumó del rostro y, esforzándose por parecer tranquila, levantó la mirada hacia el doctor y trató de esbozar una sonrisa, aunque la voz le temblaba.

—Doctor Sandro... ¿Esto es una broma, cierto? —preguntó, aferrándose a la esperanza de que fuera un malentendido.

Enrique, que también tardó en reaccionar, tomó la palabra con voz tensa:

—Sí, doctor Sandro, mi hija se lastimó el abdomen, ¿cómo va a afectar eso a sus piernas? ¿Nos está jugando una broma, verdad?

El doctor Sandro los miró con seriedad, sin rastro de humor en el rostro.

—No es ninguna broma. Se los dije: la herida está en una zona delicada, y se dañaron nervios que afectan las piernas. Si no lo comprenden, tengo aquí un esquema del cuerpo humano, puedo explicarles con detalle.

Abrió un libro, pasó unas páginas y señaló el dibujo.

—Miren, aquí está la zona de la lesión. Justo aquí pasan los nervios que van hacia las piernas...

Fue muy minucioso en su explicación, pero Alejandra sentía que el mundo se le desmoronaba. La palidez en su cara era total.

Todo el eco de la habitación se perdió. No escuchaba nada. Solo un zumbido ensordecedor llenaba sus oídos.

En su mente, la única imagen que cabía era la de ella misma, cojeando, incapaz de caminar normal. Pensó en quedar marcada de por vida, en ser una persona con discapacidad.

Luna, haciendo un enorme esfuerzo por mantener la compostura, preguntó con voz entrecortada:

—¿Es muy grave?

El doctor Sandro fue tajante:

—Podría considerarse una discapacidad de primer grado.

Enrique no podía creer lo que escuchaba.

—¿Eso quiere decir que mi hija de verdad va a cojear el resto de su vida?

Además, dentro de poco la familia Ayala se mudaría a Villa Regia. ¿Cómo iba a llamar la atención del señor Ayala si terminaba así? ¡Era imposible! ¡No podía permitirlo!

Enrique y Luna corrieron a abrazar a Alejandra.

—Ale, no tengas miedo. Te lo juro, voy a hacer lo que sea para que te recuperes. Yo no voy a dejar que termines así —le susurró Luna, apretándola contra su pecho—. No te preocupes, aquí está tu madre, aquí estoy yo.

Enrique también la abrazó.

—Y tu papá también está aquí, Ale. No estás sola.

Poco a poco, Alejandra se fue calmando, aunque las lágrimas seguían rodando por sus mejillas.

Luna miró al doctor Sandro, con la voz ahogada por el llanto.

—Doctor Sandro, tiene que haber una manera de curar las piernas de mi hija, ¿verdad? —Se aferró a la bata del doctor con desesperación—. Alejandra es mi única hija. Si logra curarla, el dinero no es problema. Cien mil, doscientos mil, un millón, diez millones de pesos… lo que sea, ¡se lo pagamos!

Alejandra apenas tenía veintitrés años. Su vida apenas empezaba. Ni siquiera había tenido novio, ni se había casado…

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