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La Cenicienta Guerrera romance Capítulo 338

Alejandra miró a Marcela con lágrimas en los ojos y exclamó, sollozando:

—Abuelita, hasta los doctores dijeron que el fallecimiento del señorito Blanco fue porque lo llevaron demasiado tarde al hospital. ¿Eso qué tiene que ver conmigo? Yo solo les di una caja de pastillas para el corazón. ¡En ningún momento impedí que la familia Blanco llevara al niño al hospital!

Desde aquella noche, Alejandra no había vuelto a tener contacto con los Blanco. En realidad, nunca hizo nada para evitar que llevaran a Aarón al hospital.

A medida que hablaba, Alejandra se sentía cada vez más incomprendida. De repente se aferró a Pedro, que estaba junto a ella, y llorando, soltó:

—Pedro, ¿de verdad crees que fue mi culpa? Yo solo quería ayudar a la familia Blanco, por eso les di las pastillas, ¡pensando en el bien del niño! ¿Cómo iba a imaginarme que los Blanco serían tan cerrados, que ni siquiera pensaron en llevarlo al hospital cuando enfermó? —empezó a llorar aún más fuerte— Yo juro que no fue mi intención...

—Solo quise ayudar, pero las cosas salieron mal. Yo tampoco quería que esto pasara...

Pedro también pensaba que no todo era culpa de Alejandra. Al fin y al cabo, Antonella y Leandro Blanco, como padres de Aarón, eran los principales responsables.

—Ya, Ale, no llores más —le dijo Pedro, tratando de consolarla—. Yo sé que tú no lo hiciste con mala intención.

Después de todo, las pastillas que Alejandra entregó no eran ningún veneno, al contrario, ayudaban al corazón. Si los padres de Aarón lo hubieran llevado al hospital a tiempo, nada de esto habría pasado.

Al ver que Alejandra seguía sin reconocer su parte de responsabilidad, Marcela frunció el ceño sin que nadie lo notara. ¿Por qué antes no se había dado cuenta de todos esos defectos en la muchacha? Ni siquiera llegaba a la mitad de lo que era Ami...

...

Tres días después.

Era el día del funeral de Aarón.

Como el niño era pequeño, la familia Blanco no organizó una gran ceremonia, así que fueron pocas personas a despedirlo. Úrsula estaba entre quienes acompañaban el cortejo.

Habiendo vivido una segunda oportunidad, Úrsula valoraba su vida mucho más que nadie y por eso, en varias ocasiones, insistió en que llevaran a Aarón al hospital. Jamás imaginó que, aun así, el pequeño terminaría muriendo.

Incluso después de regresar del cementerio, el ánimo de Úrsula seguía pesado.

—Guau, guau, guau—

Apenas cruzó el umbral de la casa, Amanecer se acercó meneando su cuerpo regordete para recibirla.

—Claro, abuelo —respondió ella—. ¿Por qué no pasamos adentro? Hace frío aquí afuera.

Fabián asintió y siguió a su nieta.

Ya dentro de la casa, Úrsula le sirvió un vaso de agua.

Solo entonces Fabián habló, con voz pausada:

—Úrsula, ya se terminaron las fiestas, y he decidido regresar a San Albero.

¿Regresar a San Albero?

Al escuchar eso, Úrsula preguntó, algo preocupada:

—Abuelo, ¿te pasó algo malo aquí?

—No, nada de eso. Me la pasé muy bien en Villa Regia —respondió Fabián con una sonrisa—. Pero ya sabes que estoy acostumbrado a vivir en San Albero. Además, todos mis amigos están allá, y la verdad, la empresa de mantenimiento me necesita. Tengo que volver al trabajo.

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