¡Nadie sabía lo emocionado que estaba Esteban en ese momento!
En toda su vida, era la primera vez que veía llorar a su tío.
¡Dios mío!
¿Quién sería esa mujer tan increíble que había logrado hacer llorar a su tío?
Esteban tragó saliva, incapaz de creer lo que estaba viendo justo frente a sus ojos.
Israel no respondió a lo que Esteban le había dicho. Dejó la botella vacía sobre la mesa, tomó otra y, sin más, se la llevó a la boca.
—Glup, glup, glup—
En un abrir y cerrar de ojos, la botella quedó vacía.
Al ver que Israel se estaba tomando otra botella de licor fuerte, Esteban se quedó en shock y de inmediato intentó quitarle la botella de las manos.
—Tío, tío, este trago es el más fuerte, ¡no puede tomarlo así! ¡Se va a poner muy mal!
—No te metas en lo que no te importa —soltó Israel, apartando la mano de Esteban—. Yo quiero tomar, ¿quién me va a detener?
Por alguna razón, las imágenes de Úrsula subiendo al carro y caminando de la mano de aquel hombre al salir del hotel no dejaban de aparecer en la mente de Israel.
¿Por qué Úrsula estaba con ese tipo?
¿Quién demonios era ese hombre?
Mientras más lo pensaba, más le dolía el pecho. Una sensación amarga le apretaba el corazón. No quería hacer nada, sólo quería beber.
¡Beber hasta perder la cuenta!
—Uno trata de ayudar y lo tratan peor que a un burro —Esteban, ya mareado de tanto tomar, se dejó empujar por Israel hasta el sillón y soltó un eructo—. ¡Si quiere seguir tomando, hágalo! ¡Pero no venga a culparme después si le pasa algo! ¡Ja, ja, ja...!
Pero, a mitad de la risa, Esteban empezó a llorar.
—¿Por qué no me quiere? ¿Por qué no me quiere? —sollozaba, con la voz quebrada.
Israel fue hasta donde estaba Esteban, se sentó a su lado, agarró la botella con una mano y, con la otra, le rodeó los hombros.
—¡Salud! ¡A beber!
—¡Salud! —Esteban, con lágrimas en los ojos, chocó su botella con la de Israel.
Después de tomar más de media botella, Esteban levantó la mirada y, con una sonrisa torpe, le dijo a Israel:
Esteban agarró medio limón que estaba en la mesa.
—Tío, espere, a este trago hay que ponerle limón para que sepa bien. Déjeme le exprimo un poco de jugo.
¿Limón?
¡Limón!
¡Úrsula!
Quizás por culpa del alcohol, al escuchar esas palabras, Israel no pudo más y se quebró por completo. Abrazó a Esteban y se echó a llorar sobre su hombro como si el mundo se le viniera abajo.
Y no fue un llanto silencioso, sino a gritos y con el corazón hecho trizas.
—Ya no llore, tío —balbuceó Esteban, que sentía la cabeza dando vueltas. Le dio unas palmadas en la espalda—. Hay muchas flores en el mundo, ¿para qué quedarse con la espina? —hic, hic—
Otro eructo más.
La cabeza de Esteban se ladeó y, sin más, se quedó dormido.
—Eres un pollito, ja, ja, ja, un pollito inútil —Israel reía y lloraba al mismo tiempo, empujando a Esteban hasta recostarlo en el sillón. Luego, mirando el limón sobre la mesa, murmuró—: Úrsula, ¿quién es ese hombre? ¿Qué hay entre ustedes?

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