Fue aterrador.
Al recordar el sueño, Beatriz seguía temblando de miedo.
Al oír a su hija, la señora Quiroz sintió una punzada de dolor aún más profunda. La abrazó con fuerza, llorando.
—¡Hija mía, mi pobre hija!
Beatriz sintió que algo no cuadraba. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su entorno había cambiado.
No estaba en la casa de la familia Quiroz.
¡No estaba en su habitación!
Esto era... ¿un hospital?
La idea la golpeó con fuerza. Su rostro palideció. Se llevó la mano al ojo izquierdo, pero en lugar de su ojo, solo encontró una gruesa gasa.
Entonces...
¿No había sido un sueño?
¿Todo había sido real?
¡No!
¡Imposible!
¿Cómo podía estar desfigurada y ciega?
Beatriz se derrumbó. Intentó arrancarse la gasa, pero la señora Quiroz la sujetó con fuerza.
—¡Beatriz, Beatriz, cálmate! Lo hecho, hecho está. Tienes que aceptarlo poco a poco.
—Tu padre ya ha contactado a los mejores cirujanos plásticos.
Al oír a su madre, Beatriz se desesperó aún más. Saltó de la cama y corrió al baño para mirarse en el espejo. Al ver su rostro lleno de cicatrices y sin un ojo, gritó.
—¡¡¡Ahhh!!!
Incapaz de aceptar su nueva realidad, se arrancó la gasa del ojo, revelando la herida recién suturada. Al ver su reflejo, perdió la razón y empezó a golpearse la cabeza contra el espejo.
La señora Quiroz, incapaz de detenerla, llamó a los médicos. Una inyección de sedante fue suficiente para calmarla.
Sentada junto a la cama, la señora Quiroz lloraba desconsoladamente.
—¡Mi pobre hija! ¿Qué será de ella ahora?
—¡Deja de llorar! —dijo el señor Quiroz, mirando a su esposa con el ceño fruncido—. ¡Más te vale preocuparte por la estúpida apuesta que hizo con la señorita Solano!
Se trataba del uno por ciento de las acciones.
El señor Quiroz acababa de enterarse.
¡No podía creer que su hija hubiera apostado las acciones de la empresa!
Qué inconsciente.
—Nuestra Beatriz está así —dijo la señora Quiroz con los ojos enrojecidos—, si Amelia todavía le reclama la apuesta, ¡sería una desalmada! Además, ¿qué es una apuesta? Si no la cumplimos, ¿qué puede hacernos?
A lo sumo, los tacharían de incumplidores. No era nada ilegal.
—¡No tienes ni idea de lo que ha hecho esta estúpida! —dijo el señor Quiroz, masajeándose las sienes—. ¡Firmó un acuerdo! Si la señorita Solano nos demanda, ¡perderemos sin remedio!
Eso era lo que más enfurecía al señor Quiroz.
Al oír esto, la señora Quiroz se quedó petrificada.
¿Cómo... cómo podía ser?
...
En San Albero.
En la mansión de la familia Méndez.
Úrsula estaba sentada en su escritorio, sus dedos volando sobre el teclado negro a una velocidad vertiginosa, dejando solo un rastro de sombras.
Había hackeado la base de datos.
Y encontrado el expediente de Jana.
Jana.
Sexo: Femenino.
Edad: 60 años.


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