Con esa idea en mente, Carina se levantó del suelo y miró con desprecio a los dos guardaespaldas.
—¡Par de arrastrados!
En cuanto se casara con Santino, lo primero que haría sería despedirlos.
...
En la casa de los Gómez, Santino no encontraba la paz. No podía concentrarse en nada. Cada vez que se sentaba, la voz de Carina resonaba en sus oídos: «¡No te olvides de que si no fuera por mí, tú ya no existirías! ¡Eres un malagradecido!»
Dejó caer la pluma con la que firmaba unos documentos, tomó su celular y buscó el contacto de Carina. Estaba a punto de llamar cuando sonaron unos golpes en la puerta del estudio.
—Adelante.
Santino dejó el celular. La puerta se abrió y entró Úrsula.
—Ami —la saludó él con una sonrisa.
—Hermano, te preparé un café. Pruébalo.
—¿Sabes hacer café? —preguntó él, sorprendido.
—Me gusta, así que aprendí —explicó ella.
Santino probó un sorbo y sus ojos se abrieron de asombro.
—¡Está delicioso!
Pensaba que sería un simple café con leche, pero el sabor era exquisito.
Úrsula se sentó frente a él.

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