A los ojos de Esteban Arrieta, la exesposa de Santiago Ríos, Úrsula Méndez, aunque tenía el mismo nombre que Reina Úrsula, su destino era completamente distinto. Reina Úrsula tenía un gusto refinado, era guapa y, además, sabía de medicina como nadie; sin duda, una mujer fuera de lo común.
¿Y la exesposa de Santiago?
Ella era de esas que se desvivía por un hombre, siempre llevaba un maquillaje exagerado, sin pizca de estilo ni personalidad. No había punto de comparación con Reina Úrsula; ni siquiera le llegaba a los talones.
Además, si la ex de Santiago fuera tan capaz como para levantar al Grupo Ríos de las cenizas, ¿acaso Santiago se habría divorciado de ella? Santiago no era ningún ingenuo.
Por eso, Esteban estaba convencido de que el éxito actual del Grupo Ríos no se debía a otra persona, sino a la habilidad de Santiago.
Al escuchar el nombre de Úrsula, Israel Ayala alzó apenas la comisura de los labios en una sonrisa casi invisible.
—Con razón— murmuró.
Con razón el Grupo Ríos había resurgido tan rápido.
Así que era ella.
Sabía de negocios.
Sabía preparar proyectos.
Sabía de medicina.
¡Y también sabía pelear!
¿Cuántas sorpresas más escondía esa mujer?
A ojos de Israel, Úrsula era, de lejos, la chica más especial que había conocido. Parecía una esmeralda en bruto, con un magnetismo imposible de ignorar. Incluso Israel, siempre tan contenido, se sorprendía a sí mismo buscando acercarse a ella, deseando descubrir más de esa joven enigmática.
Esteban lo miró extrañado.
—¿Qué dices, tío? ¿Por qué con razón?— preguntó, sin entender nada.
Israel lo miró de reojo, con esa mirada tranquila que no necesitaba palabras.
—Te sugiero que vayas a consulta al hospital, pero al área de oftalmología.
—¿Oftalmología para qué? ¡Si no estoy ciego!— replicó Esteban, más perdido que nunca.
Confundir una joya por una piedra común, ¿eso no era estar ciego?
Aunque Úrsula cambiaba mucho antes y después del maquillaje, la mirada no engañaba. Por eso, en el segundo encuentro en el elevador, Israel la había reconocido de inmediato.
Israel, que nunca hablaba de más, tampoco se molestó en dar más explicaciones. Solo soltó:
—El asunto del Grupo Ríos termina aquí, no hace falta seguir investigando.
Esteban, creyendo que su tío coincidía con su opinión, asintió.
—Está bien, tío. Si no hay otra cosa, entonces yo me retiro.
—Adelante— respondió Israel, levantando apenas la mano.
Esteban salió disparado de las oficinas del Grupo Ayala.
...
Media hora después, el carro se detuvo frente a La Bodega Selecta, un bar exclusivo en San Albero.
Ser socio de La Bodega Selecta era privilegio de los jóvenes más influyentes de Mareterra.
Apenas entró al privado, Esteban vio a unas cinco o seis chicas guapas, de esas que parecen modelos, coqueteando y haciéndose las interesantes para llamar la atención de los hombres presentes.
Guillermo Marín, su compa de toda la vida, se le acercó y le echó el brazo por los hombros.

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