Una crisis epiléptica normal no sería tan grave. Y mucho menos provocaría incontinencia.
Más que incontinencia, parecía una fuga posparto.
Es bien sabido que la maternidad es el acto más sublime, pero también uno de los más arriesgados. En la vida cotidiana, muchas madres parecen completamente normales, pero en realidad, una de cada diez sufre secuelas ocultas del parto, como incontinencia, disfunción del suelo pélvico o prolapso uterino.
Bianca, que ya padecía epilepsia y tenía una constitución delicada, no solo vio agravada su enfermedad tras el parto, sino que también desarrolló graves complicaciones.
Al oír la pregunta de Úrsula, Jennifer se quedó perpleja por un momento y luego asintió.
—¡Sí, mi señora dio a luz hace seis meses!
Este era un secreto bien guardado en los círculos aristocráticos del País del Norte. Solo la familia Ramsey lo sabía. No había ni el más mínimo rumor al respecto.
Además, la familia Ramsey se había encargado de eliminar discretamente al padre del niño.
Excepto Bianca y su hermano, nadie sabía quién era.
Al principio, Jennifer había dudado de las habilidades médicas de Úrsula, pero ahora, no le cabía la menor duda. Si no fuera una médica experta, ¿cómo habría podido diagnosticar que Bianca había tenido un hijo?
Sin pensarlo dos veces, se arrodilló ante Úrsula, con los ojos enrojecidos.
—¡Señorita Solano, por favor, por favor, salve a nuestra señorita Ramsey!
—Haré todo lo que pueda —respondió Úrsula—. Por cierto, otra cosa. Según mi diagnóstico, Bianca ha sufrido crisis epilépticas cada tres meses durante años. Pero desde el parto, hace seis meses, las crisis se han vuelto más frecuentes, casi una vez al mes. Y la última fue hace quince días.
Jennifer asintió de inmediato.
—¡Sí! ¡Exacto! ¡Hace quince días!
Precisamente porque la última crisis había sido tan reciente, Bianca se había atrevido a salir. Nadie esperaba que, en tan poco tiempo, tuviera otra.
¡Increíble!
Úrsula era simplemente increíble.
Con solo tomarle el pulso, había sido capaz de comprender la enfermedad de Bianca con tal precisión.
En ese momento, Tito trajo el botiquín. Siendo hombre, no podía entrar directamente, así que dijo desde fuera:
—Úrsula, te paso el botiquín por debajo.
—Gracias, hermano —respondió Úrsula.
Jennifer, con rapidez, lo tomó.
—Abre el botiquín y saca mi depresor lingual —ordenó Úrsula.
—De acuerdo.

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