La respuesta de Úrsula dejó a Bianca atónita. Se le erizó la piel.
Esperaba que Úrsula aprovechara la ocasión para alardear de su grandeza, de su magnanimidad al salvar a alguien que la había ofendido.
Pero Úrsula no lo hizo.
No adornó sus acciones con falsas modestias. Respondió a su pregunta con una naturalidad y una franqueza asombrosas.
En ese momento, una mezcla de emociones embargó a Bianca. Se dio cuenta de lo estúpida que había sido. Nunca había llegado a conocer de verdad a esta extraordinaria mujer extranjera. Su propia visión del mundo y su perspectiva no llegaban ni a una décima parte de las de Úrsula.
—Señora Bianca, ¿hay algo más en lo que pueda ayudarla? —preguntó Úrsula.
Estaba muy ocupada.
—Sí —respondió Bianca, tras una breve pausa, asintiendo.
—¿Qué es? —preguntó Úrsula con calma.
Bianca respiró hondo, intentando mantener la compostura, pero sus ojos seguían enrojecidos. Miró a Úrsula y le preguntó:
—¿Por qué los demás me llaman señorita Ramsey y usted me llama señora Bianca?
Quizás ni la propia Bianca se había dado cuenta, pero su forma de dirigirse a Úrsula también había cambiado, pasando del informal "tú" al respetuoso "usted".
—Es muy sencillo —respondió Úrsula con una leve sonrisa—. En la familia Ramsey hay muchas señoritas Ramsey, pero solo hay una Bianca.
Para ella, Bianca era simplemente Bianca, sin necesidad de etiquetas.
Las pupilas de Bianca se contrajeron.
La primera.
Úrsula era la primera persona que la llamaba así.
La primera que no la veía como un simple miembro de la familia Ramsey.
—Gracias —dijo Bianca, dando un paso atrás—. Señorita Solano, yo, Bianca Ramsey, no soy una persona desagradecida. De ahora en adelante, usted es mi benefactora.
Había oído que arrodillarse era la máxima expresión de respeto en Mareterra.
Sin pensarlo dos veces, Bianca se arrodilló, inclinó la cabeza con solemnidad y, con una expresión de profunda devoción, se santiguó.
—Yo, Bianca Ramsey, juro ante Dios que, de ahora en adelante, seré la más fiel seguidora de la señorita Solano.
Si arrodillarse era la máxima expresión de respeto en Mareterra, jurar ante Dios lo era en el País del Norte.
En ese momento, el lugar que Úrsula ocupaba en el corazón de Bianca era insustituible.
—Levántese —dijo Úrsula, sorprendida por el gesto de Bianca, que no encajaba con su personalidad. Se apresuró a ayudarla a levantarse—. No necesito seguidores. Con que en el futuro no nos molestemos mutuamente será suficiente. No me debe nada.
Tal como dijo, había decidido salvar a Bianca no para que le estuviera agradecida, sino porque no quería ver a una madre inocente tendida en el suelo de un salón de fiestas, siendo objeto de miradas y comentarios sobre las dificultades de la maternidad.
Úrsula no sabía por qué Bianca era madre soltera, pero sí sabía que todas las madres del mundo eran admirables. El hecho de que Bianca hubiera tenido el valor de dar a luz y criar a su hijo demostraba que era una madre competente.
Bianca se levantó y miró a Úrsula, con una expresión seria.
—Señorita Solano, lo acepte o no, ¡de ahora en adelante seré su más fiel seguidora!
Úrsula se masajeó las sienes, algo resignada.
—Como quiera. Tengo cosas que hacer, me voy.

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