Enrique apuró otro trago de alcohol.
Quizás… Renato tenía razón.
Alejandra nunca lo había respetado como padre. Recordó una vez que, al encontrárselo por la calle charlando con Renato, le pidió que saludara a su amigo. Alejandra, en lugar de obedecer, le lanzó una mirada despectiva y dijo: "Yo no tengo amigos así".
Cada vez que volvían a su pueblo por las fiestas, era la misma historia. Alejandra, por desprecio a la humilde condición de sus parientes, se negaba a probar la comida que preparaban, sin importarle en lo más mínimo la vergüenza que le hacía pasar a él.
Y no solo eso. Alejandra le había borrado de su lista de contactos a todos sus amigos del pueblo. Según ella, "dime con quién andas y te diré quién eres", y seguir en contacto con esa gente era rebajarse.
Como resultado, Enrique tenía que comunicarse con su familia a escondidas, temeroso de que Luna o Alejandra lo descubrieran.
Tras otro trago, Enrique, con los ojos enrojecidos, dijo:
—Pero, sea como sea, ¡es mi hija!
Renato, resignado, negó con la cabeza.
—Bueno, Garza, ya te he dicho lo que pienso. Allá tú si me haces caso o no. Pero no te amargues. Esta noche te he preparado una sorpresa.
Apenas terminó de hablar, una mujer de figura esbelta se acercó.
—¡Señor Garza! —dijo con voz melosa.
Enrique, que ya estaba un poco mareado, se espabiló de golpe. Se levantó, apartó a la joven y, mirando a Renato, le espetó:
—¿Qué haces? ¡Estoy casado!
»¡Me voy!
Dicho esto, cogió la chaqueta del respaldo de la silla y salió.
Renato, exasperado, abrazó a la joven y le dio un beso en la mejilla.
—¡No sabe lo que se pierde!
Tal como Alejandra había previsto, pronto, todo el círculo de la alta sociedad de Villa Regia se enteró de que ella era la benefactora que buscaba la señorita Ramsey y que la placa de jade de la familia Ramsey era para ella.
La noticia causó un gran revuelo.
¿Quién iba a pensar que Alejandra, que había caído en desgracia, resurgiría de sus cenizas como un fénix?
La noticia se extendió como la pólvora, y el estatus de Luna en el círculo de las damas de la alta sociedad también cambió.
Antes, después de que Marcela la echara de la mansión, se había convertido en una marginada. En las fotos de grupo, siempre la cortaban. Luna, impotente, solo podía rabiar en silencio.
Pero hoy, no solo no la cortaron, sino que la invitaron a posar en el centro.
A Luna le encantaba ser el centro de atención. Halagada, sacó un fajo de invitaciones de su bolso.
—Mañana es la merienda de mi hija Ale. Espero que todas vengan.
Las damas tomaron las invitaciones. Una de ellas preguntó:
—Señora Garza, he oído que mañana la señorita Ramsey vendrá en persona a entregarle la placa de jade a la señorita Garza. ¿Es verdad?
Las demás miraron a Luna, esperando su respuesta.
Luna, fingiendo sorpresa, dijo:


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