Marcela tomó el celular de inmediato.
—Hola, Enrique. ¿Has tenido una pelea con Luna?
—Mamá —dijo Enrique, que ya iba en el tren de alta velocidad hacia el sur; su voz sonaba cansada—. Nuestros problemas no son de ahora. La decisión de divorciarnos no ha sido repentina. Espero que nos entienda.
Aunque se había peleado con Luna, seguía respetando a Marcela.
Marcela era una mujer muy razonable.
—Enrique, Ale ya tiene más de veinte años. Han pasado más de veinte años juntos. Que ahora, de repente, decidan divorciarse, de verdad que no lo entiendo. Si Luna ha hecho algo mal, yo, como madre, puedo disculparme en su nombre. Ya conoces su carácter…
Marcela de verdad quería que su yerno volviera, pero antes de que pudiera terminar, Luna le arrebató el celular.
—¡Mamá, ¿para qué pierde el tiempo con un hombre así?! ¡Le digo que, aunque me case con un cerdo o un perro, jamás volveré con Enrique!
Dicho esto, Luna colgó enfadada.
Enrique, al otro lado de la línea, al oír las palabras de Luna, no supo qué sentir.
Resulta que para Luna, ni siquiera valía tanto como un cerdo o un perro.
Renato le dio una palmadita en la espalda.
—Hermano, no pienses tanto. A rey muerto, rey puesto. ¡Estoy seguro de que encontrarás a alguien mil veces mejor que Luna!
»Deberías alegrarte de haberte divorciado de una mujer así.
Enrique asintió. Al mismo tiempo, se prometió a sí mismo que esta vez, en el sur, ¡conseguiría grandes cosas!
...
En la casa de la familia Solano.
Marcela, al ver que Luna le había arrebatado el celular, dijo enfadada:
—¡Luna! ¡Devuélveme el celular! ¡Ahora mismo vas a disculparte con Enrique! ¡Dale una oportunidad! ¡Quizás todavía puedan reconciliarse! ¡No te cierres las puertas!
Como madre, Marcela no quería ver a Luna en un callejón sin salida, buscándose problemas.
—¿Reconciliarnos? ¿Darle una oportunidad? —Al oír esto, Luna estalló—. ¡Mamá, le digo que ahora, aunque Enrique se arrodille a mis pies, no volveré con él!
Ni hablar de que ella fuera a rogarle.
¡Ni en sueños!
El rostro de Marcela se ensombreció.
—¡Luna! Si no intentas arreglar las cosas con Enrique ahora, no tendrás otra oportunidad.
Marcela conocía a Enrique. Si Luna iba a rogarle ahora que acababan de divorciarse, quizás él cambiaría de opinión.
Si Luna seguía en sus trece, su matrimonio estaría acabado de verdad.
Luna tenía un carácter fuerte. Aparte de Enrique, nadie la aguantaría.
Por eso, cuando Luna quiso casarse con el humilde Enrique, Marcela no se opuso.
—¿Sin otra oportunidad? —dijo Luna, mirando a Marcela—. ¡Mamá, que le quede claro! ¡Soy yo la que no le doy una oportunidad a Enrique, no al revés! ¡Debería celebrar mi nueva vida!
Marcela suspiró profundamente.
—De acuerdo, de acuerdo. Si ya lo has decidido, no te insistiré más. Luna, como madre, espero que nunca te arrepientas.
Luna era una adulta. Debía responsabilizarse de sus palabras y actos.
—No se preocupe —continuó Luna—. Jamás me arrepentiré.


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