Las palabras de Fernanda solo empeoraron el humor de Pedro.
—¡Entonces, ¿quién más pudo ser?! —exclamó furioso—. ¡En esta casa solo estamos nosotros tres! ¿O me vas a decir que fue mi prima?
Al oír el nombre de Alejandra, Fernanda negó con la cabeza de inmediato.
—¡No, la señorita Garza no fue! Ella es una buena persona, ¡jamás robaría nada!
Fernanda era una mujer sencilla: quien la trataba bien, era bueno. Y como Alejandra siempre la dejaba salir antes y le hablaba con amabilidad, para ella era una buena persona.
—Si no fuiste tú y no fue Ale, ¿entonces quién? —insistió Pedro—. Esta casa tiene el mejor sistema de seguridad. No entra ni una mosca sin que suene la alarma.
Aunque el estudio no tenía cámara, el exterior de la casa sí. Si un ladrón hubiera entrado, su celular habría recibido una alerta.
—¡Señor, de verdad no fui yo! —dijo Fernanda, desesperada. Levantó tres dedos—. Lo juro por lo más sagrado. Si yo robé su diseño, ¡que me parta un rayo y que me muera ahora mismo!
Pedro la miró con frialdad.
—Si los juramentos sirvieran de algo, no necesitaríamos a la policía.
Fernanda sentía que la injusticia la ahogaba. Ella no había tomado nada.
—Te lo pregunto por última vez, ¿de verdad no fuiste tú?
—¡No! —negó ella con firmeza—. ¡Le juro que no!
—Bien. Si no fuiste tú, no importa —dijo Pedro, asintiendo—. Estás despedida.
Se dio la vuelta y bajó las escaleras. Fernanda lo siguió.
—¡Señor, espere! ¡Yo no robé nada! ¡Puede despedirme por no hacer bien mi trabajo, pero no puede acusarme de ladrona! ¡Se necesitan pruebas para todo! Si dice que le robé, ¿dónde están sus pruebas?
Alejandra acababa de terminar de arreglar las flores cuando los vio bajar, él con el rostro encendido por la ira y ella con los ojos llorosos. Adivinó lo que pasaba, pero fingió no saber nada.
—Pedro, ¿qué sucede? Fernanda, ¿por qué llora?
Pedro se masajeó la sien, sin responder.
—Señorita Garza —sollozó Fernanda—, ¡el señor dice que le robé algo! ¡Pero yo no he robado nada! ¡Se lo juro que no!
Alejandra se acercó y le dio una palmada en la espalda para consolarla.
—Tranquila, Fernanda. Yo le creo. Sé que usted no robaría nada. —Luego, miró a Pedro—. Pedro, confío en Fernanda. Ella no es una ladrona.

VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Cenicienta Guerrera