—He oído que los ninjas de Rolandia son muy buenos, ¡seguro que es de allí!
—...
Rolandia y Mareterra eran ambos países del este, así que era normal que los norteños los confundieran. Úrsula no era de muchas palabras, pero al oír aquello, se giró y dijo, recalcando cada sílaba: —Soy de Mareterra.
—¡Vaya! ¡Así que es de Mareterra!
—¡Qué pasada!
—¡No sabía que en Mareterra fueran tan buenos luchando!
—...
En ese momento, la madre de Olivia reaccionó. Se acercó corriendo, abrazó a su hija y rompió a llorar. Luego, tomando a Olivia de la mano, no dejaba de hacerle reverencias a Úrsula. —¡Gracias! ¡De verdad, muchísimas gracias!
Úrsula la ayudó a incorporarse. —No ha sido nada. Pero tenga más cuidado con la niña cuando salga, ha sido muy peligroso.
—Lo sé, tendré más cuidado —asintió la joven madre, y luego preguntó—: Me llamo Ivy, y esta es mi hija Olivia. ¿Podría decirme su nombre? ¿En qué hotel se aloja? ¿Me podría dar su número de contacto?
Úrsula le había salvado la vida a su hija, y sentía que tenía que agradecérselo de alguna manera.
—Basta con que sepa que soy de Mareterra —respondió Úrsula, sin darle su nombre. Se giró hacia Dominika—. Domi, ¡vámonos!
—Claro, Úrsula. —Dominika la tomó del brazo.
Al alejarse del bullicio, Dominika dijo emocionada: —¡Úrsula, has estado increíble! ¡Has dejado a todos esos extranjeros sin palabras!
Y no solo a los extranjeros. Dominika también se había quedado de piedra. Aquella escena le recordó la primera vez que conoció a Úrsula.
Úrsula enarcó una ceja y sonrió. —¿Tanto he exagerado?
—¡Sí! ¡Muchísimo! —exclamó Dominika, y luego se lamentó—: Lástima que todo haya pasado tan rápido y no me haya dado tiempo a grabarlo con el celular.
Ivy besó la mejilla de su hija y, una vez más, hizo una profunda reverencia en dirección a la espalda de Úrsula. —Olivia, recuerda, ¡la persona que te ha salvado es de Mareterra!
La multitud se fue dispersando poco a poco. Solo quedó una figura alta, inmóvil en el mismo lugar. El ala ancha de su sombrero le ocultaba la mirada. Sostenía un bastón, y parecía un miembro de la realeza salido de un antiguo cuadro del País del Norte.
A la mañana siguiente, Bianca fue a buscar a Úrsula al hotel puntualmente.
—Bianca, yo no sé de medicina, así que no voy con ustedes —dijo Dominika, todavía tumbada en la cama.
Dominika era una persona muy sensata. La situación de Denis Ramsey era crítica, y la familia Ramsey no estaba para recibir visitas. En un momento así, no quería ser una molestia.
—Bueno, está bien —aceptó Bianca—. Cuando mi hermano se ponga mejor, las llevaré a visitar todos los lugares de interés.
El castillo de los Ramsey estaba cerca del hotel, a solo tres kilómetros. Pero el recinto era tan grande que, una vez dentro, el coche tuvo que dar varias vueltas hasta llegar al patio interior. El mayordomo se acercó inmediatamente a abrir la puerta. Bianca entró con Úrsula.


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