Santiago se encontraba sentado en su silla ejecutiva, deslizando el dedo por cada comentario que los internautas escribían sobre él. Sus ojos destilaban satisfacción.
Tal como lo esperaba.
La gente nunca se equivoca.
Hasta los internautas sabían que, tras enterarse de su compromiso con Camila, Úrsula no iba a poder soportarlo.
Seguro estaría escondida en algún rincón, luchando por asimilarlo.
Faltaba poco.
No tardaría en aparecer para rogarle.
Y entonces, sería cuestión de tiempo para que él consiguiera toda la información que necesitaba de AlphaPlay Studios.
Por ahora, solo tenía que sentarse a esperar como quien pesca en aguas revueltas.
...
A la una de la tarde, Úrsula salió de su casa y tomó un taxi rumbo al centro comercial más cercano.
Al mismo tiempo, diez kilómetros más allá, en una cafetería dentro de un centro comercial, Dominika la esperaba sentada a la mesa, con una taza de café en la mano.
El examen para alumnos transferidos ya había terminado, así que Dominika aprovechó para invitar a Úrsula a dar una vuelta.
Llevaba un overol con estampado de Mickey Mouse y el cabello corto recogido en dos colitas, lo que le daba un aire juguetón y adorable.
Fue más o menos veinte minutos después cuando divisó a alguien conocido entre la multitud.
La verdad, Úrsula iba vestida muy sencilla ese día.
Solo una camiseta blanca y shorts negros. Hacía calor y se había recogido el pelo en un chongo, pero aun así, su estilo sencillo resaltaba entre la gente. Dondequiera que estuviera, llamaba la atención. Dominika, al verla acercarse, no pudo evitar soltar un comentario.
—¡Mi Úrsula sí que tiene estilo!
Ni siquiera necesitaba maquillaje para brillar sobre todas.
Al terminar de decirlo, se puso de pie y agitó la mano.
—¡Úrsula, aquí!
Úrsula se acercó trotando.
—¡Domi, perdón por llegar tarde!
—¿Tarde? ¡Para nada! Yo me adelanté, todavía faltan diez minutos para la hora que quedamos. Toma, te traje café. Es una nueva mezcla de La Camelia.
Úrsula tomó la taza y leyó la etiqueta: “con azúcar al cien por ciento”. Sus ojos se iluminaron.
¡Amaba el café bien dulce!
Para ella, pedirlo con menos azúcar era como no tomar nada.
Dio un sorbo y suspiró de gusto.
—¡Qué rico está! Cuando terminemos de recorrer el centro comercial, yo invito la cena.
—¡Va, trato hecho! —Dominika se colgó de su brazo con entusiasmo—. Yo quiero pedir tamales, pero bien picantes, con doble salsa, doble queso, todo doble...
Al entrar al centro comercial, Dominika se transformó en una niña en parque de diversiones: lo quería ver todo, tocaba todo y arrastraba a Úrsula a las tiendas para adivinar precios.
Hacía mucho que Úrsula no se relajaba así. Caminaba junto a Dominika, sonriendo sin parar.
No sabía que salir de compras con una amiga podía ser tan divertido.
Al pasar frente a una tienda de ropa para hombre, Úrsula se detuvo.
—Domi, ¿entramos a ver ropa?
—¿Pero es tienda de ropa para hombre? ¿A quién le vas a comprar? —preguntó Dominika, intrigada.
¿Será que Úrsula tenía novio?
—A mi abuelo —respondió Úrsula.
Julia no insistió.
—¿Has hablado con la señorita Méndez últimamente?
—No.
Julia lo miró de reojo, fastidiada.
—Así no vas a conquistar a nadie. Y ni sé en qué anda la señorita Méndez. La última vez que quise invitarla a cenar con Esteban, me dijo que no podía.
Israel bajó la cabeza y dejó que sus pestañas le ocultaran la expresión.
Entonces...
¿La señorita Méndez tenía tiempo para ir de compras y buscarle ropa a su novio, pero no para aceptar una invitación?
...
Al otro lado del centro comercial, Cecilia acompañaba a Yolanda Duarte de compras.
Justo al salir de una tienda, se cruzaron con Úrsula y Dominika, ambas cargando bolsas.
Se miraron a los ojos. Cecilia se quedó boquiabierta: ¿de verdad era Úrsula esa chica que parecía tan cambiada?
A su lado, Yolanda también se sorprendió.
Si no lo hubiera visto con sus propios ojos, nadie creería que la joven frente a ellas era aquella campesinita sin gracia que antes iba siempre maquillada de más.
Pero la sorpresa de Yolanda no tardó en tornarse en profundo desprecio. Seguro Úrsula había visto en Twitter que su hijo estaba comprometido, y por eso la estaba siguiendo, con la intención de pedirle ayuda para volver con Santiago.
¡Qué descaro!
Yolanda, con el estómago revuelto, avanzó unos pasos y alzó la voz:
—Úrsula, aprende a aceptar las cosas. Lo que no es tuyo, ni lo sueñes. Y este tipo de centros comerciales no son para gente como tú.

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