La abuela de Esteban era una artista de teatro tradicional, y gracias a su influencia, él había crecido fascinado con esas melodías. Ahora mismo, tenía puesta su pieza favorita, “La pequeña Celestina”.
Mientras los sonidos agudos resonaban en el carro, Israel se llevó la mano al pecho, exhausto.
—¿Podrías poner otra cosa? Ese ruido me da dolor de cabeza.
Quizá todavía no llegaba a la edad para apreciar ese tipo de arte, pero, la verdad, Israel no soportaba ese género musical.
—Ay, tío, ¡no entiende nada de arte! —Esteban se encogió de hombros, pero igual sacó el celular y cambió la música por algo de pop suave.
—Ti-ti-ti.
El sonido de un celular interrumpió el ambiente.
Israel, con una mano en el volante, contestó la llamada.
—¿Bueno, hermana?
Del otro lado, Julia le llamaba a comer. Israel, sin dudar, soltó:
—Hermana, ya voy en el carro, ni tiempo me da de...
No pudo terminar la frase, Julia lo interrumpió de inmediato.
—Úrsula vino con su amiga. Apúrate, deja de hacerte del rogar y ven ya.
Al escuchar eso, Israel cambió de actitud de un segundo a otro.
—Va, ya casi llego.
Esteban, sentado en el asiento del copiloto, había escuchado todo. Notando el cambio repentino de su tío, le tiró:
—Tío, ¿a poco no que según tú, Reina Úrsula ni te va ni te viene? Pero mira, con que mi mamá mencionara su nombre, hasta la voz te cambió.
Israel, serio, aclaró:
—Le debo la vida, acompañarla a cenar es lo mínimo que puedo hacer. No todo se trata de amoríos, eh. No te imagines cosas.
Este mundo no gira solo por las historias románticas, pensó.
—¿Seguro que solo la ves como tu salvadora? —Esteban entrecerró los ojos, como quien no se cree el cuento completo.
Israel no dejó lugar a dudas.
—Obvio.
Él no pensaba casarse jamás.
...
En menos de diez minutos, Israel llegó al restaurante.
Apenas puso un pie dentro, su presencia se sintió como un viento fuerte que recorría todo el lugar; era imposible no notar a un hombre así.
Eso sí que era clase.
Ya iba por el sexto pastelito.
Israel alzó las cejas, sorprendido. ¿Sería que esos pastelitos estaban tan buenos?
Al final, no resistió la tentación y tomó uno del plato.
Era de esos pastelitos artesanales, poco dulces, con un aroma a leche que le llenaba la boca. Tenían algo especial.
Sin darse cuenta, Israel se comió dos seguidos. Y justo cuando iba a agarrar un tercero, la mano de Úrsula se adelantó.
Ella ni se fijó, pero en vez de tomar el pastelito, su mano cayó sobre la de Israel—y para rematar, lo apretó con suavidad.
Israel siempre tenía las manos un poco frías, pero la palma de ella era cálida. Al encontrarse, esa mezcla de temperaturas les recorrió el cuerpo como una corriente eléctrica.
Ambos se quedaron paralizados.
Úrsula levantó la vista, y sus ojos se encontraron con los de Israel. Un instante en el que el tiempo pareció detenerse.
El corazón les latía tan fuerte que parecía que la mesa iba a temblar.
Úrsula fue la primera en reaccionar. Retiró la mano de inmediato.
—Perdón.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Cenicienta Guerrera