Después de decir eso, Israel se dio la vuelta y se marchó.
—Espere, señor Ayala, espere un momento.
—¿Qué pasa? —Israel se detuvo y se volvió hacia Armando—. ¿Qué sucede?
—Lléveme con usted, yo también quiero ir a merendar —dijo Armando.
Decir que quería merendar era una excusa.
Lo que realmente quería era ver quién era la novia de Israel.
—Es una cita de pareja, ¿quieres ir a hacer de mal tercio? —Israel lo miró con evidente desdén.
Armando se quedó sin palabras.
Viendo la espalda de Israel alejarse, Armando murmuró, molesto:
—Su novia lo llama y va corriendo como un perrito. ¡Y todavía dice que no es un mandilón!
***
Treinta minutos después.
Israel llegó al lugar que Úrsula le había indicado.
Cuando llegó, Úrsula ya estaba allí.
Llevaba un vestido largo de color verde pálido.
Hacía que su piel pareciera de nieve y sus labios de un rojo intenso.
Además, había un chico a su lado que estaba tratando de ligar con ella.
Al ver que el tipo sacaba su celular con la intención de pedirle su WhatsApp a Úrsula, Israel frunció el ceño y aceleró el paso.
—Úrsula, disculpa la tardanza.
Al escuchar la voz de Israel, el hombre levantó la vista, incrédulo.
Israel se encontró con la mirada del chico y dijo, palabra por palabra:
—Soy su novio.
Al oír esto, el chico se sintió sumamente avergonzado, y su cara se puso roja casi al instante.
Cuando Úrsula le había dicho que ya tenía novio, él había pensado que era solo una excusa.
No se imaginaba que el novio de verdad estaba justo al lado.
—Disculpa.
Dicho esto, el chico prácticamente huyó del restaurante.
Solo entonces Israel se sentó frente a Úrsula y, mirándola, dijo:
—Mi novia es realmente encantadora.
Úrsula soltó una risita.
—¿Estás celoso?
—Sí. —Israel asintió con seriedad—. Estoy celoso.
Él nunca ocultaba sus sentimientos.
Si estaba enojado, estaba enojado.
Si estaba celoso, estaba celoso.
Israel había leído manuales de amor, y en los libros decía que lo peor en una pareja son las sospechas mutuas.
Cualquier problema debía comunicarse de inmediato.
—Bueno, bueno, te daré un poco de mi helado de taro y ya no estarás enojado. —Mientras hablaba, Úrsula le dio de probar el postre de su propio tazón.
Israel abrió la boca dócilmente.
—Una cucharada no es suficiente.
—Entonces tres —dijo Úrsula.
Solo entonces Israel asintió.
—Eso ya está mejor.
Esta escena fue vista por Nieve, que estaba sentada en otra mesa.
Nieve había querido acercarse a saludar a Úrsula.

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