El Alfa completamente tenso por aquel atrevido toque y todos se congelaron mirando las manos que agarraban con fuerza la bota del Alfa.
Todos sintieron pena por el atrevido intruso.
Pues nadie podía tocar a su peligroso líder, ni siquiera una bota, y mucho menos una mujer.
El Beta fue el primero en reaccionar, agachándose para retirar las manos de la mujer y comprobar sus constantes vitales, pero pronto negó con la cabeza.
—Alfa, se está muriendo.
Alfa Kian bajó los ojos mientras escrutaba fríamente a la intrusa, una mujer moribunda que había cruzado sus límites.
Levantó la mano dispuesto a que el Beta se deshiciera de ella, pero con la mano congelada en el aire se quedó inmóvil al notar que aún inconsciente ella se movió y su cabello se apartó de su rostro mostrando sus rasgos femeninos.
Los machos que lo acompañaban quedaron paralizados ante la belleza majestuosa de la hembra, pero el Alfa frunció ligeramente el ceño sin apartar aquellos ojos de la intrusa.
No era la primera vez que la veía, ningún hombre podría olvidar tal rostro en la vida. Pero aquella belleza surrealista solo podría traer perdición para cualquier macho.
—¿Alfa? —el Beta interrumpió sus pensamientos.
El Alfa dejó caer la mano finalmente mientras que su mandíbula se tensaba.
—Llévala al calabozo.
—Pero Alfa…
El Beta temió al ver en medio de la frialdad de los ojos del Alfa la furia asesina así que tomó en brazos a la mujer sin volver a protestar.
—Busca alguna sanadora. En cuanto esté bien haré que todos vean por qué nadie puede penetrar los límites de la manada del Norte. Sea quien sea esa hembra se arrepentirá de haber cruzado mis tierras.
*
Me duele todo el cuerpo y siento como mi cabeza está siendo taladrada por un terrible dolor. Sin embargo, no es eso lo que me ha despertado.
Sentí una caricia superficial en la frente, como si alguien hubiera apartado mi cabello del rostro. Me esfuerzo por abrir mis ojos y al encontrarme con aquella mirada penetrante confirmo que lo que creí sentir fue a causa de mi imaginación.
Quizás estoy delirando.
—Alfa…
Mi voz se oye rasposa.
Intento erguirme en la cama, sentándome, aunque cada hueso duele. El que no tenga aún a mi loba provoca que la recuperación de mi cuerpo sea como la de los humanos.
—No te muevas o abrirás los puntos que acabo de coser.
Doy una rápida mirada a la sanadora a su lado antes de volver a posar mis ojos sobre él.
Hace años lo había visto una vez de lejos, pero no me había parecido tan intimidante como ahora en medio de la sombra de lo que creía era una celda. Su cuerpo musculoso es demasiado grande para estar en este lugar pero aún así luce aterrador.
Sus orbes me examinan con una fijeza intensa la cual provoca un estremecimiento involuntario de mi parte.
—Vete.
La mujer asiente con la cabeza antes de irse y dejarnos solos sumergidos en un silencio que se rompe con cada paso que da en mi dirección.
—Nadie entra en mi manada a menos que sea permitido por mí.
Sus palabras son tan gélidas como sus ojos, estoy temblando recordando todas aquellas historias que había escuchado desde que era una niña sobre el gran lobo.
El Alfa Kian Volkov es un macho despiadado y salvaje. Algunos incluso se atrevían a llamarlo demente o peor, monstruo.
La cicatriz que atraviesa su pómulo es una confirmación de esas leyendas.
—Y-yo…
Trago grueso cuando él se inclina sobre mi rostro tan cerca que nuestras respiraciones se conectan. Mi corazón late tan rápido como nunca lo ha hecho y no entiendo por qué mi ritmo cardíaco ha aumentado tanto en cuestión de segundos con su cercanía.
El Alfa parece analizarme con una indiferencia gélida y yo contengo el aliento sin saber cómo debería actuar frente a este macho.
—No balbucees.
Asiento torpemente antes de pasar mi lengua por mi labio inferior como un acto reflejo por mi nerviosismo mientras que él observa inescrutable este movimiento antes de apretar la mandíbula.
—Alfa Kia, es un honor que me haya encontrado, déjeme presentarme, soy princesa de…
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