Luisa negó con la cabeza.
—Gloria no dijo nada.
Al ver lo nerviosa que estaba Vanesa, le sonrió para tranquilizarla.
—No te preocupes, Vane. Jaime es un muchacho muy capaz. Si se animó a ir, es porque está seguro de que puede cuidarse.
Luego, frunció el ceño, un tanto intrigada.
—Bueno, ¿y entonces con cuál señor Morán fuiste a cenar esta noche?
—Con Pablo —Vanesa seguía sumida en sus pensamientos, intranquila por la seguridad de Jaime, y contestó casi sin pensar.
—Ah… ¿el hijo de la segunda rama de la familia Morán? ¿Y a qué viene eso de cenar con él así de la nada?
Vanesa volvió en sí y soltó una risita resignada.
—Abuela, ¿no se supone que él es mi prometido? Por eso quiero pasar más tiempo con él, para conocerlo mejor.
—¿Cómo? —Luisa subió la voz de golpe—. ¿Quién te dijo que él es tu prometido?
Vanesa se quedó desconcertada.
—¿No lo es?
¡Pero si hasta Pablo mismo le había dicho que ellos dos iban a casarse…!
—¡Por supuesto que no! Tu prometido es Jaime.
Como si una roca enorme hubiera caído al mar, el corazón de Vanesa se agitó con violencia.
—¿Qué… qué acaba de decir? ¿Mi prometido es Jaime?
—Así es. Yo lo confirmé varias veces con tu papá.
Después de todo, se trataba del futuro de su nieta consentida, ¿cómo no iba a poner atención?
Si Jaime no fuera un joven tan talentoso, jamás habría aceptado sin pensarlo tanto.
Vanesa se levantó de un salto del sofá; su manga rozó la taza de cerámica que estaba en la mesa de centro y la hizo temblar. El líquido ardiente le salpicó la mano, pero ni siquiera lo notó.
Ahora todo tenía sentido.
Por eso Pablo le había parecido tan raro esa noche.
Claro, era porque tenía remordimiento.

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