Las mujeres se quedaron en silencio cuando vieron a Emma. Una de ellas habló primero.
—¡Estamos discutiendo cómo impedir que seduzcas a nuestros maridos!
—¿Tu marido es atractivo?
—Em… —La mujer se quedó sin respuesta.
—¡Ja, ja, ja! —Las otras mujeres se rieron de ella—. ¡Su marido es delgado como un palo y calvo!
—¿Y sus maridos? ¿Son guapos? —La mirada de Emma recorrió a las otras mujeres.
—Ah…
Las otras mujeres tampoco dijeron nada. Sus maridos eran gordos o calvos. Ninguno de ellos podía considerarse guapo.
—Si no es así, ¿por qué se preocupan entonces? —Emma rio entre dientes—. ¿Creen que soy como todas ustedes? ¡No estoy dispuesta a acostarme con cerdos!
Los rostros de las mujeres se pusieron rojos. Otra mujer dijo:
—¡Bueno, al menos no estamos seduciendo a hombres!
Emma le salpicó el rostro con el vaso de vino.
—¿Me viste seduciendo a alguien?
—Viniste con el Señor Rivera y el Señor Iriarte, ¿verdad? ¿No los sedujiste?
—Oh, ¿esos dos? —dijo Emma con una sonrisa—. Estoy segura de que tu familia tiene negocios en Esturia y todas ustedes admiran al Grupo Rivera y al Grupo Adelmar. Si creen que tienen demasiado dinero, puedo pedirles que las lleven a la bancarrota.
Las mujeres se dispersaron de inmediato. No querían meterse en problemas por lo que decían.
¡Clap! ¡Clap!
Adán caminó hacia Emma mientras aplaudía de modo dramático.
—Perdóneme por hacer una escena, Señor Rivera —dijo Emma con frialdad.
—Es usted muy interesante. —Adán entrecerró los ojos.
«Pero no puede ser… ¡todos parecen de la misma madre!».
A Rosalinda no le hacía ninguna gracia, pero no tenía otra opción. Según el informe de la prueba de ADN, Timoteo era hijo de Alana. Juliana se sintió muy orgullosa cuando vio a los trillizos.
«Son el orgullo de nuestra familia».
Óscar dijo:
—Mis bisnietos son hijos de Adrián y Abel. Sus madres son…
Alana levantó la barbilla. Lo que Óscar dijera a continuación consolidaría su posición en la Familia Rivera, ella era la mujer destinada a ser la esposa de Abel y, ¡Emma tendría que casarse con Adrián!
—Déjame hacerlo —dijo Adán—. Haré que los niños se pongan delante de sus padres para que todos tengan una imagen más clara.
Adrián lo siguió de inmediato y saludó a los invitados.
—¡Soy Adrián! Emma y yo somos los padres de los trillizos.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Doctora Maravilla