Las mujeres se quedaron en silencio cuando vieron a Emma. Una de ellas habló primero.
—¡Estamos discutiendo cómo impedir que seduzcas a nuestros maridos!
—¿Tu marido es atractivo?
—Em… —La mujer se quedó sin respuesta.
—¡Ja, ja, ja! —Las otras mujeres se rieron de ella—. ¡Su marido es delgado como un palo y calvo!
—¿Y sus maridos? ¿Son guapos? —La mirada de Emma recorrió a las otras mujeres.
—Ah…
Las otras mujeres tampoco dijeron nada. Sus maridos eran gordos o calvos. Ninguno de ellos podía considerarse guapo.
—Si no es así, ¿por qué se preocupan entonces? —Emma rio entre dientes—. ¿Creen que soy como todas ustedes? ¡No estoy dispuesta a acostarme con cerdos!
Los rostros de las mujeres se pusieron rojos. Otra mujer dijo:
—¡Bueno, al menos no estamos seduciendo a hombres!
Emma le salpicó el rostro con el vaso de vino.
—¿Me viste seduciendo a alguien?
—Viniste con el Señor Rivera y el Señor Iriarte, ¿verdad? ¿No los sedujiste?
—Oh, ¿esos dos? —dijo Emma con una sonrisa—. Estoy segura de que tu familia tiene negocios en Esturia y todas ustedes admiran al Grupo Rivera y al Grupo Adelmar. Si creen que tienen demasiado dinero, puedo pedirles que las lleven a la bancarrota.
Las mujeres se dispersaron de inmediato. No querían meterse en problemas por lo que decían.
¡Clap! ¡Clap!
Adán caminó hacia Emma mientras aplaudía de modo dramático.
—Perdóneme por hacer una escena, Señor Rivera —dijo Emma con frialdad.
—Es usted muy interesante. —Adán entrecerró los ojos.
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