Quentin dijo:
—Señorita Lara, no debería emocionarse tanto. Estuvo a punto de morir en la prueba y nos costó mucho esfuerzo salvarla. Estar triste y no comer no es bueno para su salud. No podríamos hacer nada si su estado empeora.
Óscar frunció el ceño.
—¡Eso no pasará! Puedes contarme todos tus problemas, Alana. ¿Te ha vuelto a poner triste ese malcriado de Abel?
—Pero abuelo, yo no logré salvar al bebé de Abel. Si está enfadado conmigo, es porque me lo merezco —dijo Alana.
—¡Él no se atrevería! Ya le diste un hijo y te hicieron daño solo porque intentabas salvarlo a él, no, ¡salvarme a mí también! ¡Si Abel se atreve a enfadarse contigo, le rompo una pierna! —dijo Óscar.
—¡Bua! ¡Bua! ¡Bua! —Alana se cubrió el rostro—. Gracias por estar de mi lado, abuelo.
—No tienes que preocuparte —dijo Óscar—. Le diré a ese mocoso que te proponga matrimonio primero. ¡Podemos celebrar la boda cuando te encuentres mejor!
—Pero… Abel siempre está con Emma. Estoy segura de que anoche también estuvo en su casa. No le importo en absoluto.
—¡Ese mocoso insolente! ¡Haré que venga en este momento!
—Pero abuelo… ¿No crees que Abel se enfadaría conmigo si se entera de que me quejo de él contigo?
Óscar estaba furioso.
—He criado a ese mocoso desde que era un niño. Si se atreve a desobedecerme, lo repudiaré y lo apartaré de su puesto en el Grupo Rivera.
Adán estaba de pie frente a la puerta. Sonrió cuando lo escuchó.
«¡Estoy esperando tu decisión, Abel! ¡Ja, ja, ja!».
Mientras tanto, en la cafetería, Abel estornudó de repente mientras desayunaba.
—¿Acaso te resfriaste?
Emma recordó que lo había desnudado la noche anterior y que estuvo expuesto durante algún tiempo.
—No. —Abel puso los cubiertos sobre la mesa—. Tengo que ir al hospital. El subordinado del abuelo me llamó otra vez.
Emma bajó ligeramente la cabeza.
—Deberías irte entonces. ¿Ya se siente mejor Alana?
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