—¡Por supuesto! —Evaristo sonrió, y unos hoyuelos aparecieron en su rostro—. Te trataré como a mi verdadera abuelita. ¡Seguro que Sol y Luna harán lo mismo!
—Mmm. —Rosalinda abrazó a Evaristo con fuerza—. ¡Siempre serás mi querido nieto!
La expresión de Alana se amargó poco a poco al presenciar la escena. Oleadas de celos y resentimiento la asaltaron.
«¡Ja! Parece que la sangre es más espesa que el agua. Mira a la abuela y al padre. ¿Qué puede separar esos lazos invisibles?».
Alana miró a Emma con resentimiento.
«¿Por qué nunca puedo librarme de esta mujer?».
Mientras Alana se quejaba de forma interna, el médico entró en la habitación para realizar una revisión rutinaria y todos los demás tuvieron que irse.
—¿No se está haciendo tarde, Abel? ¿No deberías estar trabajando? —preguntó Rosalinda.
—Iré más tarde —respondió Abel—. Sigo preocupado por Astro.
—No tiene que preocuparse por mi hijo, Señor Rivera. No debería impedirle trabajar —dijo Emma.
—Pareces cansada. ¿Por qué no te vas a casa a descansar y yo me quedo aquí a cuidar de Astro?
Abel miró a Emma con preocupación. Emma negó con la cabeza.
—No se preocupe. Estaré bien.
Alana se frotó el vientre y dijo:
—Así es, Abel. ¿Por qué no pasas tiempo conmigo?
—No es el momento de comparar niños. —Abel resopló de forma fría—. Deberías irte a casa. Aquí no hay nada para ti.
—Pero... —Alana no quería irse.
—No necesito que tanta gente se preocupe por Astro —dijo Emma con tacto—. Debería irse a casa, señorita.
—Mmm.
Rosalinda se dio la vuelta y se dispuso a irse. Alana se dio la vuelta también y caminó hacia el ascensor junto con Rosalinda.
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