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La Doctora Maravilla romance Capítulo 82

La voz grave del hombre sonó junto al oído de Emma.

—¡Soy yo, Abel!

—Mmm.

Emma sintió una punzada en la nariz y los ojos se le llenaron de lágrimas. Se apoyó con suavidad en su pecho.

—Te dije que te recogería. ¿Por qué te fuiste sola?

Abel refunfuñó.

—Yo... —Emma tartamudeó—. Ayúdeme a quitarme la bolsa de la cabeza.

Abel agarró la bolsa y jaló de ella, pero no consiguió quitársela. El otro extremo de la bolsa estaba sujeto con una cuerda. Los matones se dividieron en dos grupos. Cuatro de ellos pelaban contra Lucas mientras los otros tres rodeaban a Abel. Sin otra opción, él abrazó a Emma con un brazo y utilizó el otro para pelear contra los matones. En una desafortunada coincidencia, no ordenó a los guardaespaldas que lo siguieran esta noche porque no quería crear un espectáculo.

—Bájeme —dijo Emma—. Está peleando en desventaja.

—No —dijo Abel—. Te convertirás en rehén si te ponen las manos encima.

Emma pensó que tenía sentido. Se abrazó fuerte al cuello de Abel con ambos brazos. Uno de los matones aprovechó la oportunidad y utilizó una daga para apuñalar la espalda de Emma.

—¡Emma!

Abel se dio la vuelta con brusquedad. El puñal no alcanzó la espalda de Emma, pero dibujó una línea en el brazo de Abel.

—¡Aggg!

Abel gruñó con suavidad. Emma podía oler la sangre.

—¡Señor Rivera! ¿Está herido?

—Es solo superficial. Abrázame fuerte.

Mientras hablaba, los tres matones corrieron hacia él. Emma percibió su ubicación por sus voces. Apoyando el peso de su cuerpo en el de Abel, se levantó y dio dos patadas hacia atrás. Esta vez golpeó a los matones con precisión. Los matones lloraron de dolor y retrocedieron. Al mismo tiempo, Abel tiró al suelo al otro matón y le pisó el rostro con el zapato.

—¡Respondan con sinceridad! ¿Quién los contrató?

—¡Nadie nos contrató! —El matón habló con la boca mirando al suelo—. La seguimos durante algún tiempo porque pensamos que era guapa.

—¡Les daré otra oportunidad para decirme la verdad!

—¡Por favor, llame a la policía entonces! ¡Preferimos ir a la cárcel! —suplicaron los matones.

Comprendieron que la policía los trataría con más misericordia que Abel. Él parecía un caballero, ¡pero era un demonio! En un abrir y cerrar de ojos, los siete matones tenían el brazo derecho roto. Gritaban de dolor. Lucas tomó su móvil y marcó el número de emergencias de la policía. Abel metió a Emma en el auto. Bajo la luz y le quitó la bolsa que le cubría la cabeza. Emma ya tenía el rostro empapado en sudor.

—¿Por qué no me hiciste caso? —dijo Abel arrugando la frente—. Te dije que te recogería.

—Se me olvidó —respondió Emma—. No esperaba encontrarme con esos criminales de camino a casa.

—Las calles de Esturia no deberían ser tan peligrosas —dijo Abel—. Alguien debe estar detrás de esto.

Los ojos de Emma se abrieron de par en par.

—¿En serio? ¿Quién podría ponerme una trampa?

—La policía lo investigará. Estaba demasiado cerca. Si hubiera llegado más tarde, te habrían metido en su auto.

—Gracias, de verdad —dijo Emma.

De repente se dio cuenta de que estaba sentada en el regazo de Abel. Se sonrojó de inmediato y quiso apartarse, pero él la abrazó con fuerza.

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